La destrucción creativa y la bolsa: hagan sus apuestas
MERCADOS
Joseph Alois Schumpeter fue un destacado economista austro-estadounidense, ministro de Finanzas de Austria (1919-1920) y profesor de la Universidad de Harvard desde 1932 hasta su muerte, a la edad de 66 años.
Fue un economista muy carismático y algunas de sus frases han pasado a la historia de la Economía. En su juventud le gustaba decir que solo tenía tres objetivos en la vida: ser el mejor economista del mundo, ser el mejor jinete de Europa y ser el mejor amante de Viena. Más adelante diría que solo consiguió dos de ellos, añadiendo a continuación que los caballos nunca se le dieron muy bien.
Este monstruo de la economía destacó por sus investigaciones sobre el ciclo económico y sus teorías sobre la importancia vital del empresario en el capitalismo, resaltando su papel en la innovación como determinante del aumento y la disminución de la prosperidad. Popularizó el concepto de destrucción creativa como forma de describir el proceso de transformación que acompaña a las innovaciones que permiten la mejora del nivel de vida de la humanidad.
Según Schumpeter, la única constante en la economía es el cambio, cambio impulsado por los empresarios. Los empresarios, en su búsqueda de beneficio, están siempre intentando descubrir nuevos y mejores productos y procesos que conllevan la aparición de nuevas industrias muy rentables y, por tanto, la desaparición de otras. Este proceso de destrucción creativa implica que la economía es dinámica, siempre está en movimiento y, por ende, los recursos (trabajo y capital) constantemente se están moviendo en función del valor social de las propuestas, saliendo de industrias no productivas y dirigiéndose a industrias productivas. Los nuevos productos o procesos generan inicialmente beneficios extraordinarios, lo que atrae a competidores en su búsqueda, siendo cuestión de tiempo que los beneficios extraordinarios terminen convirtiéndose en ordinarios.
Es fácil observar este proceso constante de destrucción creativa en el mercado de valores. Este sigue las narrativas de moda en cada momento… apertura de nuevos mercados, nuevas revoluciones, escasez de recursos, etcétera.
Es útil observar el proceso descrito por Schumpeter analizando la composición y las variaciones de los 10 valores más grandes del mundo por capitalización en decenios.
A principios de los 80, las 10 empresas más grandes del mundo eran americanas, y 7 de ellas estaban relacionadas con empresas energéticas. El agotamiento del petróleo en un futuro próximo era la narrativa de moda en ese momento.
A principio de los 90, de las 10 empresas más grandes del mundo, 8 eran japonesas, y del ránking de los 80 solo se mantenían, a duras penas, IBM y Exxon. La narrativa había cambiado y solo se hablaba del milagro japonés.
A principios del 2000, 7 empresas estaban relacionadas con las llamadas TMT (tecnología, media y telecomunicación) y del ránking de los 90 solo quedaban ya dos empresas japonesas. La narrativa eran las telecomunicaciones e Internet. La tecnología lo cambiaría todo.
A principios del 2010, de las 10 primeras empresas, tres ya eran chinas, y del ránking anterior solo aguantaban Exxon y Microsoft. La narrativa era que China y su crecimiento acabarían conquistando el mundo, tal y como predijo en su momento Napoleón.
A principios del 2020 volvió a cambiar drásticamente el ránking y, salvo Berkshire Hathaway, el resto de compañías presentes estaban relacionadas con la tecnología. La narrativa volvía a ser el sector tecnológico, el único sector que podría ofrecer crecimiento.
Como decía Warren Buffett, es extraordinario observar las cosas que pasan en el mercado de renta variable en períodos de largo plazo. En el ránking de principios del 2020 no hay empresa alguna que estuviese en la clasificación de principios de los 80.
Estas compañías, las más grandes del mundo que no lo eran diez años antes, consiguieron retornos anualizados de más del doble que el S&P500. ¿Son las mismas empresas para tener en cartera de cara al próximo decenio? Las firmas del ránking, en el decenio posterior, tuvieron en general un peor comportamiento que el mercado.
No parece muy extraño el resultado, dado que estar en la pole position implica que en el precio ya están recogidas expectativas de beneficios elevadas y la entrada de futuros competidores para disfrutar de esos beneficios extraordinarios de los que disfrutan las pioneras, entrando en un proceso de competencia importante, acabará normalizando sus beneficios. Esto complicaría sobremanera el cumplimiento de dichas expectativas.
Eso es lo que parece demostrar la lógica económica y la estadística. La única constante en el tiempo es el cambio. Los negocios que tuvieron mucho éxito en el pasado (capital intensivo) son muy diferentes de los tipos de negocio que están teniendo éxito hoy en día (software), pero lo que es probable que suceda es que los ganadores de la última década sean los perdedores de la siguiente.
Un inversor inteligente debería dedicar parte de su tiempo a identificar las próximas narrativas ganadoras en vez de buscar un momento de reentrada o acumulación en las compañías actuales líderes del ránking, que han sufrido mucho con la subida de tipos, porque la historia demuestra que la probabilidad de que no sean las estrategias ganadoras en el próximo decenio es muy alta.
Es verdad que dar con la estrategia ganadora, es decir, acertar con el futuro, es como encontrar el Santo Grial: algo muy difícil y que necesita del acompañamiento de una buena bolsa de fortuna.
Como ideas, la robótica y la inteligencia artificial, todavía incipientes, pueden ser una de las narrativas; la biotecnología y la salud en un proceso de envejecimiento de la población con el temor a futuras pandemias podría ser otra; o el descubrimiento de una energía limpia e inagotable de verdad (¿fusión nuclear?) podría ser otra adicional.
Sea la que sea, la apuesta que usted realice tenga presente siempre los tres principios básicos de la inversión:
Diversificación: este es el mandamiento principal. El patrimonio financiero de un inversor debe diversificarse y, para ello, los fondos de inversión son la herramienta fundamental, lo que no invalida que la cartera pueda tener algún satélite en directo que complemente el factor diversificación. El satélite podría ser alguna de las temáticas por la que apostemos.
Gestión global: en un mundo global, la gestión del patrimonio financiero debe ser también global, teniendo la posibilidad de acceder a todas las temáticas de inversión en cualquier lugar y posibilitar la amortiguación de la cartera a los distintos ciclos económicos.
Costes razonables: la rentabilidad, en líneas generales, se conseguirá en el largo plazo gracias a una gestión adecuada y a través de la capitalización de los retornos anuales. Los efectos de la capitalización de dichos retornos en el largo plazo son sorprendentes (aquello de que «el interés compuesto es la fuerza más poderosa del universo» que dijo Churchill) siempre que estos no hayan sido menguados sensiblemente por unos costes de gestión desproporcionados.
Es decir, su apuesta de futuro no debe ser una parte significativa de su patrimonio financiero por el gran margen de error que puede conllevar, pero, sin duda alguna, la apuesta debe tener presencia.
¿Cuáles serán los ganadores del próximo decenio?
Hagan sus apuestas señores.