
Las máquinas expendedoras de algunas ciudades del país ofertan filetes, lomos y piezas de tocino de este mamífero, una iniciativa comercial que ha suscitado una gran controversia
20 feb 2023 . Actualizado a las 09:20 h.Filetes, lomo, sashimi y tocino de ballena, en vez de refrescos o snacks, es la oferta que se puede encontrar en las máquinas expendedoras que han aparecido en algunas ciudades japonesas, incluida Tokio. La original iniciativa comercial ha generado polémica en el país. Los detractores consideran que puede incentivar la caza de ballenas, una especie protegida. En cambio, para la empresa, es una forma de reactivar el consumo de un producto tradicional en la dieta nipona que con los años ha ido perdiendo presencia.
Hideki Tokoro, presidente de la compañía ballenera Kyodo Senpaku, presentó orgulloso su iniciativa a los medios de comunicación. De momento, las máquinas se han instalado en zonas comerciales de Tokio y Yokohama. Osaka es el próximo destino, pero el objetivo es ambicioso y la empresa aspira a tener más de un centenar de máquinas activas en los próximos cinco años. Su presidente destaca que el sistema permite la venta sin intermediarios y también que es una herramienta de márketing para visibilizar y promocionar el producto. Para la empresa, la ventaja es la venta directa al alcance del consumidor de una carne que muchos supermercados rechazan tener entre su oferta para evitar las presiones o boicots de los grupos ecologistas.
Kyodo Senpaku no es una empresa cualquiera: es heredera de la flota ballenera japonesa y sus barcos lideraban las criticadas campañas en el Antártico. La caza de ballenas para fines comerciales está prohibida desde 1986. La Comisión Ballenera Internacional (CBI) impuso una moratoria para salvar una especie en peligro de extinción. Japón consiguió una excepción que le permitía capturar ballenas en el Antártico todos los inviernos con fines de investigación científica. La medida fue considerada un fraude porque la carne de ballena acababa siendo comercializada. En el 2014, la Corte Internacional de Justicia ordenó a Japón que detuviera su campaña anual de caza.
El Gobierno optó por abandonar a finales del 2018 la CIB y en el verano del 2019 reanudó la caza comercial, aunque la limitó a sus aguas para evitar las sanciones internacionales. Ahora la polémica entre la industria que intenta promover el consumo de carne de ballena y los movimientos medioambientalistas que protegen la especie está servida.
El Gobierno japonés se mantiene de perfil. Defiende que comer carne de ballena forma parte de la tradición, pero no se decide a promover su venta con campañas oficiales. En la década de los 60, la carne de ballena era una de las principales fuentes de proteínas de la dieta japonesa. Pero con los años su utilización ha ido descendiendo drásticamente en favor de otras clases más asequibles, como el pollo, el cerdo o la ternera.
Actualmente, el consumo de carne de ballena se aproxima a las mil toneladas al año, muy lejos de las 233.000 que se llegaron a vender en 1962. Los grupos ecologistas han acusado de «operación de márketing» la aparición de las máquinas expendedoras. En un comunicado, el grupo Whale and Dolphin Conservation denunciaba que la campaña tiene como objetivo «proteger la industria y revertir la disminución del consumo de carne de ballena en Japón». Y recordaba que, en el 2020, el Gobierno había otorgado más de 35 millones de euros en subsidios a la industria ballenera.
Para este año, las autoridades niponas han establecido una cuota de capturas de 379 ballenas, dividida en tres especies. Pero en el futuro tienen previsto aumentar el número y los tipos susceptibles de apresar. Detrás de estas medidas hay grupos conservadores y nacionalistas que defienden una industria autóctona y la preservación de una costumbre que se remonta a muchos siglos atrás. En su línea argumental acusan al mundo occidental de genocidio culinario por intentar eliminar de la dieta japonesa la carne de ballena.