La pregunta del título se la están haciendo los medios especializados, los centros de estudios e incluso la gente corriente, tras la bancarrota del Silicon Valley Bank y del Credit Suisse. La gente de la calle ya la venía planteando hace años, tras el creciente abandono del medio rural por parte de las entidades, junto con las presiones para que los clientes se dejen de cartillas y de visitas a las oficinas y, últimamente, con la reclamación de que la subida de los tipos de interés se refleje en la retribución de los depósitos del mismo modo en que se encarecen los créditos. Ya hay una corriente de descontento con la regresividad del negocio, que choca con el espíritu progresivo que impregna todo nuestro sistema legal: mientras Hacienda se esfuerza por que paguen más los que más tienen, la banca cobra más (comisiones) a los que tienen menos. Y no pasa como en los supermercados, que puedes buscar alternativas baratas. Todos están en lo mismo.
Pero la pregunta de ahora se refiere más a esas dos ruinas, sorprendentes después del esfuerzo inmenso de los erarios de Estados Unidos y de Europa en la crisis del 2007-2008. Otra vez a inyectar dinero público en la banca. Los especialistas explican con claridad a qué se han debido estos hundimientos inesperados: los ha pillado el alza de los tipos de interés cuando mantenían en sus balances una cantidad demasiado importante de bonos a largo plazo, que ya nadie les compraría a la baja retribución a la que fueron suscritos. Esta clarividencia de los analistas, por desgracia, solo reluce después del desplome. El negocio bancario se ha complicado hasta el infinito por la «financiarización» de la economía. Cuando se nos habla de finanzas se utilizan términos como tormenta, terremoto, turbulencia, como si dependiesen de las fuerzas inabarcables de la naturaleza y no de la codicia y la afición al riesgo tan humanas. No es meteorología, no hay predicciones ciertas, ni un Santiago Pemán o una Mónica López de quienes fiarse. Por eso, quien tenga dinero seguirá comprando pisos o plantando eucaliptos, ajenos a esta ambición suicida de los alquimistas financieros.