Fernando Romero, fundador, máximo accionista y consejero delegado de EiDF, es un multimillonario gallego que ha hecho fortuna con las renovables y que ahora está bajo la lupa de la CNMV
23 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Es la pontevedresa EiDF, reza su web: «La empresa europea líder en el sector de autoconsumo fotovoltaico industrial». Y toda una revelación, al menos hasta ahora, en la Bolsa de los nuevos valores: BME Growth, el antiguo Mercado Alternativo Bursátil (MAB), donde ha brillado con luz propia —y cegadora— desde su estreno. Debutó en el verano del 2021, en julio, para ser más exactos. Con un valor de mercado —capitalización— de 57 millones. Menos de dos años después, esa cifra supera los 1.700 millones. Y el año pasado fue la empresa más rentable del parqué. Todo un aval para su salto al Mercado Continuo, la Primera División de la Bolsa española, que los directivos de la firma gallega andaban preparan do desde hace algún tiempo.
Una trayectoria envidiable, empañada ahora de golpe y porrazo. A saber: el gendarme del parqué (la Comisión Nacional del Mercado de Valores, CNMV) mantiene suspendida, hasta nuevo aviso, la cotización de las acciones de la compañía. Y eso porque no ha presentado las cuentas del 2022 cuando tenía que haberlo hecho. Si fuese solo un retraso, no habría mayor problema. El problema es que la compañía no ha dado apenas explicaciones. Después de días en silencio —y, cuando hay sospechas, no es la callada por respuesta lo más recomendable para conservar el favor de los inversores—, ha salido al paso del tirón de orejas de la CNMV con una farragosa argumentación en la que admite, sin admitir, que algo pasa con la auditoría. Cierto es que lo de hablar no es el punto fuerte de Fernando Romero (Rentería, 1982), fundador, máximo accionista y consejero delegado de EiDF. No se prodiga demasiado este vasco, afincado en Galicia desde que su familia se instaló definitivamente en tierras gallegas siendo él todavía un niño. Lo suyo, dice, es el trabajo más que los discursos. Así lo reconocía en una entrevista en La Voz el pasado mes de febrero.
En ella relataba que, como tantos y tantos españoles, sus padres emigraron en los setenta a Suiza en busca de algo de prosperidad. Encontraron trabajo montando relojes. De tierras helvéticas regresaron en 1974, para recalar primero en el País Vasco y después en Galicia. Estudió el joven Romero Derecho a caballo entre las universidades de Santiago y Deusto, formación que completó en la Escuela de Negocios de la Universidad de Navarra. En esto del mundo laboral debutó como camarero y repartidor de pizzas. El primer contacto con el sector energético lo tuvo cuando trabajaba ya en la banca privada gestionando las inversiones de otros. «Allí conocí las renovables, el producto, sus márgenes», explicaba en otra entrevista en La Voz. Cuanto más se empapaba de ese negocio, más convencido estaba de que aquello olía a filón. Así que colgó los trastos de la banca para dedicarse en cuerpo y alma a aquella idea. Corría el año 2008, el de la crisis, cuando fundó EiDF, pero no sería hasta el 2011 cuando pusieron en marcha su primera instalación de autoconsumo industrial. En una empresa avícola gallega, para más señas. El gran salto llegó en el 2018. El trampolín: la supresión del llamado impuesto al sol. Ese que debían pagar todos los que instalaran sistemas de autoconsumo solar. Había de ser uno muy audaz para apostar entonces por el autoconsumo solar. En Galicia y con un impuesto al sol vigente, mucho más. Romero lo hizo. Y acertó. Tiene el 72,16% % del capital de la compañía y una fortuna estimada por Forbes en más de mil millones.
Claro que todo depende ahora, incluído su patrimonio, de cómo acabe el entuerto de la suspensión de cotización. Por lo pronto, el daño reputacional que le ha ocasionado a la compañía el tropiezo no se lo quita nadie. Queda por ver si Romero es capaz de disipar las nubes y que vuelva a lucir el sol para EiDF.
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