Llorar es parte del duelo. Durante siglos, lo natural era que, ante el paso del dolor, el hombre optara por el silencio, y la mujer por la lágrima. En ausencia de personas afectadas, siempre cabía la contratación de plañideras. Galicia, huérfana por los cientos de miles de hijos que había enviado a otras tierras, encontraba con facilidad la lágrima. Lógico que hubiese mujeres dispuestas a ejercer ese oficio. No tenían más que abstraerse un instante y recordar a su hijo o a su nieto embarcando en Vigo o en A Coruña, visualizar cómo llegaba a un puerto donde sería tratado como mano de obra barata y en el que tendría que esconder su lengua materna para evitar el estigma de manso, dócil y eternamente trabajador. Todo cuerpo necesita sangre para vivir. Con una hemorragia todo se termina, y pasas de aspirar al triunfo a luchar por vivir.
Los pueblos que pierden a los suyos pierden su salud. Afortunadamente, la Galicia de la lágrima hace décadas que desapareció; empezó a cambiar su destino en la década de los setenta del siglo pasado. Abandonábamos un duelo secular: las lágrimas se iban secando, pero los silencios permanecían. En esta fase poscovid, el mundo entero está sujeto a una profunda reorganización. La India, quinta economía del mundo, ya está en los parámetros de PIB per capita de China en 2008 y reclama un liderazgo regional. Moscú teje alianzas que suavicen su pérdida de peso mundial. Pekín, aspirante a líder mundial, ha descubierto que todo liderazgo debe ir acompañado de crecimiento. Y EE.UU. trata de debilitar su política exterior para fortalecer la interior. Todo está cambiando, pero lo que no muta son los ejes de sus agendas económicas: todas ellas coinciden con la de la Unión Europea. La transición digital y ecológica, íntimamente unidas, marcan todos los procesos de transformación económica y, en consecuencia, hacen algo más, tensionan el mercado laboral mundial.
El mundo entero busca el mismo talento. Galicia tiene que construir un nuevo relato, coherente con las vanguardias económicas mundiales, y contarlo. Ya no estamos en la etapa de duelo, no hay lugar para el lloro y el silencio. Tiene todas las piezas del puzle, solo hay que unirlas. Ahí, con toda seguridad, en la nueva Consellería de Economía e Industria, María Jesús Lorenzana mostrará su acreditada capacidad para crear equipos y asumir los retos más complejos. ¿Ejemplos? Al menos el 20 % da la licitación pública de la Xunta obligará a incorporar madera estructural. Esta decisión, una apuesta audaz que no puedo más que aplaudir, del presidente Alfonso Rueda y de la vicepresidenta Ánxeles Vazquez, es algo que debería haber trascendido mucho más allá de las fronteras de la propia comunidad por su carácter estratégico.
La sociedad ha de entender que la construcción está sometida a unos desafíos de cambio imparable, que la huella de carbono de las nuevas construcciones limitará la actividad de todos los arquitectos. Ellos deberán garantizar que se sitúa en mínimos y para ello han de utilizar madera constructiva, la que es capaz de hacer edificios en altura y sustituir al hormigón y al ladrillo. Y la opinión pública también ha de saber que para construir esos productos de madera hacen falta nuevas fábricas, nuevos técnicos, nuevos arquitectos, más madera certificada. Es decir, todo un ecosistema que como todo neonato para crecer requiere de alimento. Y Galicia será, al menos de momento, la única que tiene la leche materna que pide el recién nacido. ¿Dónde irá el talento? ¿Dónde irá el capital? ¿Dónde se instalarán las nuevas fábricas? En eso se está trabajando y ahora toca contarlo, alzar la voz y terminar con el silencio.