
Los barrios con menor capacidad adquisitiva tienen un menor índice de asistencia a actividades que los de rentas más altas, lo que acrecienta las desigualdades
03 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.La cultura también es cosa de ricos. Las personas que viven en las zonas con mayor capacidad económica de las ciudades tienen un mayor índice de asistencia a actividades culturales que aquellas que residen en las de rentas más bajas. En Barcelona, por ejemplo, esa diferencia es de 17 puntos porcentuales, ya que varía entre el 75 % de los vecinos más pudientes por el 58 % de los que tienen más dificultades para llegar a final de mes, como atestigua un reciente proyecto de investigación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) titulado «El derecho a participar en la vida cultural de la ciudad: desigualdades y políticas de equidad».
El director del estudio, Nicolás Barbieri, advierte de que hasta ahora se ha estado pasando por alto la dimensión cultural a la hora de analizar situaciones de disparidades más generales. «La cultura puede ser una oportunidad para mejorar la democracia, pero también un riesgo en la reproducción de desigualdades», sostiene el profesor.
Las condiciones en las que las personas participan en la cultura y, sobre todo, los recursos públicos que tienen a su alcance los barrios ricos y los pobres son desiguales. «Esto hace que muchas actividades y espacios culturales acaben siendo actividades y espacios de privilegio para una determinada clase social, barrio o género. Así se perpetúan desigualdades que no son naturales, sino que son resultado de relaciones de poder», explica Barbieri.
El proyecto de investigación de la UOC destaca la necesidad de tener en cuenta todas las expresiones y diversas formas de participación. En este sentido, se incide en la existencia de una cultura legitimada, una no legitimada y una híbrida. La primera engloba todas aquellas actividades reconocidas por las instituciones públicas y otros agentes formalizados. La segunda es el conjunto de actividades y prácticas informales, populares o comunitarias que forman parte de la vida cotidiana, mientras que el tercer tipo es un terreno intermedio entre ambos. «Tenemos que empezar por evitar estigmatizar a las personas en su vida cultural. Hay mucha vida cultural más allá de las instituciones y las organizaciones y es necesario reconocer esta diversidad e imaginar qué pueden hacer las políticas culturales para conectar con ella», afirma Nicolás Barbieri.
La importancia de tener en cuenta todas las expresiones culturales y las diversas formas de participar en ellas es fundamental a la hora de realizar un diagnóstico que no resulte sesgado. De hecho, una de las hipótesis de trabajo de la investigación que lidera Barbieri es constatar que la desigualdad en las actividades de cultura no legitimada es menor que la que existe en la legitimada.
Otro de los asuntos sobre los que se vertebra este estudio es comprobar cómo afectó la pandemia a la participación en la vida cultural. En este sentido, las primeras evidencias apuntan a que el coronavirus hizo aumentar las desigualdades y que reprodujo las que ya existían. Así, quienes más participaron en eventos digitales propuestos por museos u otras instituciones fueron prácticamente los mismos que ya asistían presencialmente antes de que surgiera el covid.