Los grandes desafíos mundiales, como la seguridad alimentaria, el cambio climático, la producción de energía, el uso de recursos renovables o la mejora de los cuidados médicos, están relacionados directamente con los océanos, la nueva frontera económica que abre unas enormes posibilidades para el crecimiento, para el empleo y para la innovación
07 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.La dimensión marítima está siendo considerada cada vez más por los Gobiernos como una apuesta de futuro. Sus nuevos planteamientos abarcan muchas dimensiones y, en cada uno de sus ámbitos, el conjunto de actividades que se incluyen tienen por sí mismas,un potencial de desarrollo y una nueva y emergente opción de captación y movilización de activos. Por eso, se afirma que el océano es la nueva frontera económica, en el sentido de poder explotar los inmensos recursos y las posibilidades que representa el mar, ya sea en favor del crecimiento, del empleo y de la innovación. En la mayoría de los grandes discursos siempre se hace referencia al hecho de que los recursos del mar son indispensables para afrontar los actuales desafíos mundiales, ya sean los vinculados a la seguridad alimentaria, al cambio climático, a la producción de energía, a la gestión de recursos renovables, o por su contribución a la mejora de los cuidados médicos. También son constantes las referencias a las agresiones y alteraciones que sufren los océanos y mares, en la medida que muchas de ellas están vinculadas a las dinámicas de sobreexplotación, de la contaminación, de la disminución de la biodiversidad, del deterioro costero y del cambio climático, por citar algunas de las referencias medibles y cuantificadas en las revistas científicas.
Un análisis de la economía del océano nos invita a afirmar que engloba tanto industrias ya establecidas y tradicionales como aquellas menciones a los recursos naturales y a los servicios relacionados con los ecosistemas que el océano nos suministra de manera permanente. En este sentido, en los estudios relativos a los escenarios de futuro se busca el poder compaginar y compatibilizar la gestión de los ecosistemas con el desarrollo de las actividades económicas. Atendiendo a un reciente trabajo de la OCDE sobre la economía de los océanos, se llega a estimar, de manera conservadora, que en el año 2010 la contribución oceánica fue equivalente al 2,5 % del valor añadido mundial, generando un total de 31 millones de empleos.
Las proyecciones para el año 2030 pronostican que dicha aportación podría duplicarse y que los empleos sobrepasarían los 40 millones. Es decir, estamos ante un cambio cuantitativo de primera magnitud.
¿Cómo llevarlo a cabo? Los análisis sobre la economía del mar se fundamentan en tres niveles de observación. En primer término, se sitúan aquellas actividades que están consideradas como características propias del ámbito; esto es, aquellas que son definidas como las actividades en que una parte relevante de sus operaciones se desarrollan en el mar o cuyos productos proceden o son destinados a ser utilizados en el mar o en el límite de las costas. Integran este ámbito, las actividades de pesca y acuicultura; la construcción naval; las actividades portuarias y el transporte marítimo; las obras costeras o la vigilancia marítima. En segundo lugar, se especifican las actividades transversales, que son definidas como aquellas que dan soporte a las restantes actividades; esto es, se corresponden con los equipamientos y los servicios marítimos.
Finalmente, el tercer nivel de observación, hace referencia a las actividades favorecidas por la proximidad del mar, como por ejemplo el turismo costero. Nuestra propuesta de cuantificación y medición de la relevancia se basa en estimular y promover el desarrollo de las industrias emergentes centrándonos en cuatro apartados: 1) favorecer una cooperación internacional en el campo de la ciencia y la tecnología marítima, como manera de estimular la inversión y contribuir al desarrollo sostenido de los océanos; 2) reforzar la gestión integral de los océanos, por medio de una correcta utilización de herramientas económicas y de una intensificación del esfuerzo para poder evaluar la eficacia social, económica y territorial de las inversiones públicas, además de promover la innovación en las estructuras de la gobernanza, aumentar los procesos de participación de los actores y asegurar la rendición de cuentas; 3) mejorar la base estadística y metodológica para poder medir la amplitud de los resultados de las industrias vinculadas a los océanos; y 4) desarrollar una mejor capacidad de predicción en lo que atañe a la evolución e impactos de las industrias relacionadas con el océano.
No cabe duda que para ello es preciso definir aquellos ámbitos sobre los que debemos centrar nuestra atención y sobre los que fundamentar nuestras líneas estratégicas. Lamentablemente, en España no poseemos una estrategia marítima a pesar de contar con un litoral extenso, con grandes industrias y empresas relacionadas con el mar, y con magníficos centros de investigación e investigadores sobre las múltiples materias que engloba la problemática marina. Este déficit español choca con las recientes apuestas llevadas a cabo en Portugal, Reino Unido, Francia, Irlanda o Alemania, que siempre se han destacado en dichos pronunciamientos y por sus continuas revisiones, actualizaciones y reivindicaciones, aprovechando sus respectivas estrategias. Asimismo, también es de reseñar la escasa presencia diplomática española en los actos, foros y áreas temáticas relacionadas con los océanos y mares, como se evidenció en los últimos relatorios de Naciones Unidas (The Future we want) o de la OCDE (The Future of the Ocean Economy), por citar dos ejemplos recientes.
La amplitud y la relevancia de actividades que operan en los océanos, así como aquellas otras que, no operando en el mar, dependen del mismo, subrayan dos cuestiones relevantes: la heterogeneidad de las actividades y los intensos niveles de interdependencia entre las mismas. Dichas consideraciones permiten auspiciar que los escenarios de futuro van a ser halagüeños. La propia OCDE, en su trabajo The Ocean Economy 2030, estima las tasas de crecimiento de cada una de las dimensiones para los próximos veinte años y augura cambios muy notables en todos los ámbitos.
Destacan por su magnitud no solamente las industrias relacionadas con la energía procedente del viento — que crecerán un 24 % anual en lo tocante al Valor Añadido Bruto (VAB) entre el 2010 y el 2030 y más del 8.000 % en lo tocante al empleo— sino también la industria del procesado pesquero (con un pronóstico de un 6,2 % de crecimiento anual) y las actividades portuarias (a las que se suponen un 4,5 % de crecimiento anual en los próximos años).
Del mismo modo, en el mencionado trabajo, se reseñan los cambios estructurales que, previsiblemente, se van a llevar a cabo, apostando por nuevas actividades emergentes y por innovadores nichos de mercado. A la disminución de la participación de las industrias del petróleo y del gas, se le contrapone la irrupción de la industria de la pesca de captura, de la acuicultura y de las actividades portuarias, manteniendo en todos los escenarios analizados la primacía del turismo costero en el conjunto de las actividades planteadas.
En suma, estamos delante de una apuesta consolidada, en la que algunos países mantienen un compromiso firme, renovado y permanente, como el manifestado recientemente en la Asamblea General de Naciones Unidas, en la reunión de los 17 líderes del Panel de Alto Nivel para una Economía Azul sostenible, en la que por cierto no estaba representada España.
Por eso, es fácil colegir que una apuesta por la Economía Azul no solo requiere de estudios y análisis, sino de actuaciones políticas realistas, viables, factibles y permanentes. Y eso, a día de hoy, debería ser una obligación de nuestro Gobierno.