El intrincado puzle de Oriente Próximo

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Misil disparado por Irán, el viernes durante unas maniobras militares.
Misil disparado por Irán, el viernes durante unas maniobras militares. IRANIAN ARMY OFFICE / HANDOUT | EFE

04 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El 8 de junio de 632 muere el profeta Mahoma y, con su fallecimiento, surgen dos lecturas diferentes del islam. En una, la religión comparte poder con la estructura política y no interfiere en las acciones de gobierno: son devotos de la Sunna, la colección de dichos y hechos atribuidos al profeta, y por ello se les denomina suníes o sunitas. La otra concentra a los seguidores, shi´a, del imán Ali, primo y yerno del profeta y los conocemos como chiitas. Estos últimos creen en el imanato o el liderazgo que abarca tanto al intelectual como al político y que ubica a su líder en el territorio como la figura más relevante de la nación. Bajo ese principio, se construyó la teocracia de Irán, el principal exponente del chiismo en el mundo.

Mientras el sunismo convive con las estructuras políticas y, en consecuencia, es bien aceptado por ellas —como, por ejemplo, las monarquías del Golfo—, el chiismo aspira a derrocarlas e instaurar una teocracia al estilo de Teherán. Esta semana hemos convivido entre mensajes de desinflación, esencialmente en la más relevante, la subyacente, y amenazas inflacionistas por el conflicto en el mar Rojo. Y está bien que los medios occidentales lo definan así, pero la realidad es que estamos ante un nuevo episodio de colisión entre el chiismo y el sunismo. En este caso, uno está a la ofensiva, Irán, y el otro, las monarquías del Golfo e Israel, jugando a la defensiva.

Este conflicto, que pronto alcanzará los 1.400 años de antigüedad, estuvo larvado, que no dormido, por la debilidad política del chiismo, algo que mudó con la caída de la dinastía Phaleví en Irán en 1979 y por el abandono de Irak por parte de EE.UU. en el 2011. Este espacio fue aprovechado por la inteligencia iraní para convertir al primer gobierno posestadounidense en una administración chiita a favor de Teherán. En ese marco geopolítico, nació el grupo terrorista sunita conocido como Estado Islámico observado, en primera instancia, como un frente armado de defensa de las provincias sunitas, ubicadas al norte de Bagdad. Donald Trump, y posteriormente Joe Biden, se negaron a enviar tropas de tierra al Golfo para derrocar al monstruo que la inconsciente política exterior de Obama había ayudado a crear, al dejar en manos de Teherán el control de Bagdad. Exterminar la serpiente del ISIS, ya en estado totalmente incontrolable, obligó a las monarquías del Golfo a pactar con Rusia. Era la única nación dispuesta y capaz de sacar a sus tropas, asentadas en la base de Tartús (Siria), y enfrentarlas cuerpo a cuerpo al Estado Islámico y, en paralelo, eliminar los movimientos de insurgencia regional financiados por Teherán. Ese día cambió el gendarme del Golfo: Trump le pasó las llaves de la región a Putin. Y empezó una nueva época y unos nuevos intereses, que se consagran en un acuerdo de paz histórico entre los dos grandes enemigos de Irán, en septiembre del 2023, entre Arabia e Israel.

En octubre, Hamás acude al festival de música Supernova y juega al tiro al plato con cientos de personas, matando a 364. Occidente ve una guerra de Israel y Palestina, otros vemos un nuevo episodio de un conflicto secular. El asedio del mar Rojo no es más que un alfil en las manos que mecen la cuna. Que los rebeldes hutíes de Yemen, enfrentados a Arabia Saudí, y armados por Irán, bloqueen el tráfico marítimo de Suez es una medida que a pocos, en la región, perjudica. Este 2024 verá crecer, impulsada por Estados Unidos, Brasil, Guyana y Canadá, la oferta diaria de petróleo en 1,5 millones de barriles mientras que la demanda solo lo hará en 1,2 millones. Es decir, no habrá tensiones en los precios del petróleo, salvo que…. Exacto.