A sus 33 años, este joven, todo un gentleman de la más alta aristocracia británica —casi tanto o más que los Windsor— ha saltado de los tabloides del Reino Unido, de los que tanto rehúye, a los españoles. Integrante de una de las estirpes de mayor abolengo de su país, lleva ya casi seis años al frente de la fortuna y el patrimonio de su familia cuando su padre Gerald Cavendish Grosvenor murió en el 2016 a causa de un ataque al corazón a los 64 años. Y lo hizo, como mandan las tradiciones de la clase social a la que pertenece, por ser el único varón de los cuatro hijos (tres mujeres) que su padre, el sexto duque de Westminster, tuvo con Natalia Philips (de origen ruso y emparentada con los Romanov), actual duquesa hasta que el próximo junio su hijo, el heredero, contraiga matrimonio con su novia Olivia Henson.
Al linaje, que no es poco —Hugh es ahijado de Carlos III y a su vez padrino de George y Archie (los primogénitos de Guillermo y Harry)—, se añade la inmensa fortuna que atesora una de las familias más acaudaladas del Reino Unido, al menos la más terrateniente. De hecho, por tener tiene más tierras que el propio monarca, un 0,22 % frente al 0,03 % que heredó Carlos III de Isabel II. Propiedades que no solo se reducen a suelo británico, sino que se reparten por 60 países distintos. Entre ellos, España, donde el actual duque ha decidido desprenderse de casi toda la cartera inmobiliaria que le queda y en sectores de lo más diversos, desde centros comerciales a edificios de oficinas, pasando por viviendas de lujo en Madrid, cuyo valor se estima en más de trescientos millones de euros. Eso sí, mantendrá al margen de esta operación la gran joya de La Garganta, una impresionante finca de recreo de quince mil hectáreas en un parque natural de Ciudad Real que ha sido un lugar habitual de caza de la realeza británica desde que su padre la adquiriese en el 2001 y donde habrá pulido su afición por el tiro al plato. El objetivo de la desinversión —migajas si se compara con la fortuna de 10.700 millones de euros que se le atribuye— es el de concentrar las operaciones inmobiliarias de su ducado en dos territorios: Reino Unido y EE. UU.
Este viraje inversor se produce tras años de despliegue inmobiliario por los cinco continentes, especialmente en Latinoamérica. Y no fueron malos, pues si se mide el valor de la riqueza que Forbes atribuía a su padre antes de fallecer, con el puesto 114 entre las personas más ricas del planeta, su hijo, el séptimo duque de Westminster, ha logrado rebajar la posición e incrementar la bolsa de su fortuna. Hugh Grosvenor heredó el ducado y la totalidad de los bienes de su padre que se gestionan a través de una fundación y que nadie de la familia, ni siquiera él, pueden decidir sobre el patrimonio acumulado durante generaciones. De los beneficios que le reportan operaciones como la emprendida en España, el duque pagará los fastos de su próximo enlace matrimonial en la lujosa mansión campestre familiar de Eaton Hall, en el condado de Cheshire. En la lista de invitados figuran tanto el rey Carlos III como su hijo Guillermo. Está por ver si acudirán a la cita más sonada del poderoso aristócrata por los problemas de salud del rey y su nuera Catalina. Quizás sea la excusa perfecta para que Harry y Meghan, también amigos del contrayente, se incorporen a un ágape al que, al menos de momento, no han sido invitados.
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