En máximos históricos, el pluriempleo —el número de ciudadanos que tienen dos o más ocupaciones— ha escalado un 60 % a lo largo de la última década, hasta alcanzar las 600.000 personas, 34.000 de ellas en Galicia. Son, en su gran mayoría, personas que lo hacen empujadas por la necesidad. En un reciente artículo publicado en el boletín económico del Banco de España — titulado La reacción de los hogares ante el repunte de los precios en España y en la UEM —, la economista Carmen Martínez identifica cuatro salidas que han buscado las familias para hacer frente a las obligaciones que no pueden posponer, como la hipoteca o el alquiler: el recurso a las ofertas de compra, la reducción de gasto, los créditos y el aumento de las horas trabajadas. Vía, esta última, por la que se decantan los jóvenes, las mujeres y las personas de menor nivel educativo o que residen en régimen de alquiler. Es decir, el grueso de quienes concentran los empleos más precarizados. El perfil de un pluriempleado es el de una trabajadora de mediana edad ocupada en el sector servicios, fundamentalmente en tareas de limpieza (hogares u oficinas) o en la hostelería. Detrás de las grandes cifras que miden el buen desempeño del mercado laboral, se esconde una realidad inquietante: la de miles y miles de ciudadanos que tienen que hacer muchas más horas para poder subsistir como antes. Se trata, simplemente, de llegar a final de mes. Hay un sector cada vez más grande que se aleja del resto, como esos grandes bloques de hielo que se desprenden de un iceberg. Y, mientras, deslumbrados por lo que nos rodea, creemos que todo va bien, porque los bares están llenos y todo el mundo se va de vacaciones. La reforma laboral ha reducido los contratos temporales, pero ha aumentado la modalidad fija a tiempo parcial. Muchos no encuentran una ocupación indefinida toda la jornada, y andan de un lado para otro, agotados, con dificultades para conciliar. Y el tiempo libre, tan indispensable en la vida, es otro artículo de lujo que no se pueden permitir.