Es uno de los tiburones más despiadados de la meca del capitalismo
28 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Es uno de los tiburones más despiadados de la meca del capitalismo. Tanto, que dicen de él que inspiró la película de El lobo de Wall Street. Tanto que, hasta HBO le dedicó un documental, The Restless Billionaire (El millonario inquieto).
Temido y respetado a partes iguales. Lo primero, por los directivos de las empresas a las que coloca en su punto de mira. Lo segundo, por los inversores que siguen sus pasos. Un villano, para los primeros (cuenta entre sus víctimas a decenas de consejeros delegados). Un héroe, para los segundos, que lo han visto quebrar y hacer renacer empresas casi sin despeinarse.
Siente predilección Carl Icahn (Queens, Nueva York, 1936), considerado uno de los padres del activismo corporativo moderno, por la figura de Napoleón. Tanto, que de la pared de su despacho de la Quinta Avenida cuelga un óleo de la batalla de Friedland. «Napoleón era un gran estratega, sin duda, pero lo perdió todo por su arrogancia. No todo permanece para siempre si no tienes cuidado», decía Icahn en el documental de HBO. Y sabe de lo que habla, porque a punto ha estado de quedarse sin blanca —hiperbolizando mucho— en más de una ocasión. Pero su sangre nunca ha llegado al río. Forbes le calcula una fortuna de 5.700 millones. Aunque, todo hay que decirlo, sus bolsillos vivieron tiempos mejores que los que ahorra corren.
Su estrategia, la misma que la de otros conocidos gestores de fondos como William Ackman, Paul Singer o Nelson Peltz: hacerse con un buen bocado del capital de una compañía cotizada para después tener voz y voto en decisiones estratégicas como fusiones, planes de recapitalización o cambios en la cúpula. Así es que se podría decir que ninguna gran cotizada lo quiere entre sus accionistas. Saben que su presencia es sinónimo de problemas las más de las veces.
A lo largo de su más que dilatada carrera ha invertido en compañías de la talla de Nabisco, Texaco, US Steel, Marvel Comics, Revlon, Motorola, Time Warner, Apple, Herbalife o Netflix, por citar solo unas pocas.
Y si algo ha probado con esa prolífica carrera es que en eso de las inversiones se mueve como pez (tiburón, en este caso) en el agua. Y eso que antes de poner un pie en Wall Street quiso ser médico. Pero no acabó esos estudios. Los dejó para enrolarse en el Ejército del Aire. Antes se había graduado en Filosofía por la Universidad de Princeton, unos estudios que, asegura, le han permitido enfrentarse a las finanzas con una visión analítica. Hijo de una maestra de escuela y un religioso judío, creció Carl Icahn en un ambiente intelectual, en el que regía la disciplina. Ambas cosas marcaron a fuego su carácter, ha relatado en más de una ocasión el experto inversor.
Fue a su regreso a la vida civil cuando empezó a trabajar como corredor de bolsa. En Dreyfus, para más señas. Y fue en Tessel donde se hizo todo un experto en opciones sobre acciones.
Contaba 32 años cuando, gracias a 400.000 dólares que le prestó su tío, fundó Icahn & Co. Se hizo famoso en la década de los ochenta. Fue entonces cuando sus maniobras en los consejos de administración —su particular campo de batalla— de las empresas en las que invertía captaron la atención del mundo.
Y ahí sigue. Cerca ya de los noventa, pero con el olfato de siempre. O casi siempre. Y sin intención alguna de retirarse. Eso dice.