El jueves las bolsas subían animadas por el anuncio de un histórico paquete de medidas del Gobierno chino, todas con el fin de estimular el consumo e invertir. Los medios internacionales hablan de que Pekín desea evitar el mal de Japón, y está bien como recurso pedagógico, pero realmente se acerca más a los males que sufrió España con la ruptura de la burbuja inmobiliaria. El ciudadano medio tiene miedo al futuro, como lo teníamos nosotros, y con ello evita el consumo y se refugia en el ahorro. La debilidad de la demanda provoca caídas de precios, generando deflación. Ese es el peor de los males, no comprar hoy, aunque lo desees, porque crees que mañana costará menos. Una espiral realmente compleja, mejor no entrar en ella.
El gigante asiático, si nos atenemos a los indicadores de confianza del consumidor —el clima en el sector inmobiliario y las tasas de ahorro—, lleva con problemas desde hace seis años. Cuestión aparte es que en estos momentos tienen paranoia por ahorrar y lo que menos desean es invertir. Esto, dicho en cristiano, solo tiene un nombre, miedo. El mismo que tuvimos nosotros, por ello, nada de «el mal de Japón» tienen «la gripe española».
Quizás el problema le parezca muy lejano, pero en absoluto lo es. En el 2015, Europa se conjuró para liderar la transición ecológica, con ello combatir el cambio climático y de paso ser punteros en industria verde. Vimos claro el objetivo, lo compraron las fuerzas políticas y lanzamos a nuestros legisladores a crear disposiciones coercitivas, por las que o entras en las nuevas reglas de juego o entras. Pero estos mismos políticos se olvidaron de darle dos meneos a nuestro sistema burocrático ¿Conclusión? La transición ecológica en Europa, ya no quiero hablar de Galicia, vive en un constante caos. Y si ello no fuera poco, hace unas semanas la opinión pública empezó a constatar que el mismo camino que había iniciado Europa en el quince lo había arrancado China en el veinte. Con una salvedad, en cuatro años han avanzado más que nosotros y al haberlo hecho en un marco de demanda en depresión, se han cargado de stocks que deben vaciar en algún mercado ¿Cuál? En el que está metido en su mismo juego, Europa.
Nosotros, intentamos, aun sabiendo que las fábricas de vehículos eléctricos, para ser competitivas en coste, deben construirse desde cero y no reconvertir las actuales, por paz social, ajustar las tradicionales. Los chinos fueron por el libro y con ayudas multimillonarias que para nosotros quisiéramos. Es curioso que, aun siendo una economía gobernada por el partido comunista, creen más en el estímulo que en la coacción. Habrá que decirle a la vicepresidenta Díaz que haga una estancia en Shanghái. La cuestión es que la suma de ayudas estatales más fábricas eficientes y, en consecuencia, competitivas, han inundado su país de millones de vehículos que no encuentran comprador. ¿Ya sabe para donde van a venir? El tema no es serio, es lo siguiente. Impactará, ya lo está haciendo, en Vigo, y si la capital del sur sufre, todos los gallegos sufrimos. En Alemania ya es una cuestión de Estado, mientras que aquí fantaseamos pensando que abrirán fábricas en España, ignorando que son otra cosa. Montan plantas de ensamblaje de piezas que llegan por mar. El ecosistema industrial no emigra de China a Europa, se queda en el origen, lo único que desplazan es el ensamblaje.
Por eso, cuando vea que China empieza a respirar piense que nos han dado oxígeno, algo más de tiempo para poder darle una vuelta a esta Europa lenta, perezosa y burocrática en la que nos ha tocado vivir y en la que se ha fijado China, como ávido halcón en busca de paloma despistada.