En su casa nunca nada le faltó. Tampoco sobraba. Lujos, ninguno. Su padre, taxista; su madre, la casa y tricotar jerséis para venderlos y redondear con ello la escueta nómina familiar. Nadie le ha regalado nada. Todo lo que tiene se lo ha ganado a pulso. Si hubiese nacido en Estados Unidos sería todo un ejemplo del sueño americano. Un selfmade man, que se dice. Pero, no quiso. Lo hizo en Bilbao. Hace ya 70 años de eso.
Discreto y afable —son dos de los adjetivos que más repiten quienes lo conocen a la hora de describirlo— José Antonio Jainaga, propietario del grupo siderúrgico Sidenor, busca convertirse en el gran socio industrial que Talgo necesita como agua de mayo (aunque estemos en octubre). Su equipo ya está escudriñando los números del fabricante de trenes.
De experiencia va sobrado. Porque si algo es Jainaga, es INDUSTRIAL. Sí, como lo leen, en mayúsculas. Hasta la médula. Lleva toda la vida trabajando en gigantes del sector. Tras estudiar primero en el colegio Santiago Apóstol de la capital vizcaína, y licenciarse después en Ingeniería Industrial en la Escuela de Ingenieros de Bilbao, comenzó a trabajar en el grupo Sener. En la división nuclear. No estuvo mucho. Tan solo un año más tarde entró en Michelin. Allí pasó dos décadas. Fue director de la planta de Lasarte del gigante de los neumáticos y llegó a tener bajo su batuta toda la producción de neumáticos para turismos de Europa, y más de 28.000 empleados. Los dirigía desde la ciudad francesa de Clermont-Ferrand (en el centro del país), sede del cuartel general de la compañía que en 1889 fundaron los hermanos Édouard y André Michelin, centrados entonces en neumáticos para bicicletas. Pero, esa, es otra historia.
Corría el año 1996 cuando andaba Jainaga entregado a esas labores. Dos años más tarde abandonaría tierras galas y pondría rumbo a casa. Al grupo Sidenor, controlado entonces por capital vasco. Llegó como director general cuando la firma no atravesaba precisamente por su mejor momento. La saneó y, ya en el 2005, orquestó su venta al gigante siderúrgico brasileño Gerdau. Se la compraron al empresario y expolítico vinculado al PNV Sabino Arrieta por 400 millones de euros. Tras la operación, Jainaga pasó a ocupar el cargo de consejero delegado.
Desde ese puesto pilotaría algunos años después un nuevo cambio de manos. Esta vez allanando el camino para que fuese adquirida por Clerbil, un grupo inversor integrado por miembros del equipo directivo de la empresa y encabezados por él mismo. La compraron por 155 millones en el 2016, aprovechando que los cariocas necesitaban vender, presionados entonces por el frenazo de la economía de Brasil y un mercado del acero en aquel momento saturado. Tanto lo necesitaba,que la vendieron por mucho menos de lo que pagaron por ella.
Hoy su volumen de negocio ronda los mil millones de euros anuales y da empleo directo a unos 1.850 trabajadores.
Lo que no ha cumplido aún Jainaga es su sueño de crear un gran grupo siderúrgico vasco, uniendo fuerzas con otros grandes del sector: Tubos Reunidos, Tubacex, Aceros Olarra... Y no será porque no lo ha intentado. Conversaciones hubo. Pero no fructificaron. Un sinsabor que no lo será tanto si consigue ahora hacerse con Talgo. Lo tiene casi todo a favor para lograrlo: la oportunidad que le brinda el deseo del fondo británico Trilantic de salir del capital del fabricante de trenes, los recursos, el apoyo de los Gobiernos central y vasco... Y, lo más importante: las ganas y su vocación industrial.