La última encuesta de población activa habló hace unos días y nos dio buenas noticias y algunas alarmas. Lo primero, el número de ocupados: rondamos el millón ciento sesenta mil; un dato excelente si recordamos que el máximo histórico fue en el 2008, en el pico de la burbuja inmobiliaria. En aquel momento había cincuenta y siete mil gallegos más trabajando, pero, y esto hay que decirlo, ahora somos, frente a aquel momento, sesenta mil personas menos y más viejos. Difícil superar determinadas cifras con la demografía a la baja y la edad al alza.
Si la vista la situamos en el desempleo, las cifras muestran lo que todo el mundo sabe: estamos en mínimos, y tan a la baja que aquí sí tocamos suelo, ciento doce mil personas. Nunca fuimos menos. Pero esto será lo contrario al buen amor, hoy más que mañana, porque lo natural es que el actual ciclo económico nos lleve a un incremento de habitantes (entrada de inmigrantes por efecto llamada), un consecuente ascenso del número de ocupados y una bajada del desempleo. Los salarios han empezado a crecer por encima de la inflación, lo que nos lleva a mejoras en el salario real, es decir, en su capacidad de compra, y esto conllevará una disminución de la población inactiva, personas que dicen: «Con estos salarios, sí me compensa trabajar», y desempleados que, por el mismo motivo, también decidan aceptar un puesto de trabajo.
¿Tanta felicidad será real? Bueno, ahora tocan los jarros de agua fría. El entorno, en análisis histórico, es francamente bueno, pero quedan varios problemas y no son menores. A Coruña y Lugo rozan el pleno empleo; sus cifras muestran una realidad diferente a la de Pontevedra y Ourense. En algún momento pareciera que se están gestando dos Galicias, la del norte y la del sur. La tasa de paro de A Coruña baja del mítico 8 %, cifra que se reconoce, informalmente, como la puerta al pleno empleo, está en un 7,8 %; y Lugo va más allá, se coloca como una de las seis mejores provincias de España y se sitúa en un 6,7 %. Alguien dirá que es consecuencia de su declive demográfico, que lo tiene, pero no, esa respuesta no vale, porque Ourense, que padece el mismo declive, tiene el doble de paro que Lugo, tanto en términos absolutos como porcentuales. De hecho, el paro masculino es un problema, y no menor, en esta provincia. El sector primario lucense y su fuerte conexión con la industria, tanto el lácteo, cárnico, vitivinícola, como forestal, sumado al desarrollo turístico e industrial de su costa está siendo capaz de cambiarle su rostro económico. En Ourense no se observa ese pulso, le falta industria tractora.
Pontevedra, aun mostrando, en comparativa con España, datos muy decentes, se aleja, en bienestar, de A Coruña, la cual, lo mires como lo mires, se aleja del resto de Galicia y de Pontevedra provincia también. El peso industrial de esta última sube las rentas individuales, pero merma las familiares, ya que el segundo salario o bien está a cierta distancia o no existe. El paro femenino es un problema que hay que reconocer en Pontevedra, con menor peso del sector servicios y mayor presencia de empleos en tiempo discontinuo. Prácticamente hay tantas mujeres desempleadas en Pontevedra (25.000) como en el resto de Galicia (30.000).
La encuesta de población activa (EPA) del tercer trimestre nos habla de dos Galicias. En la primera, al norte, encontrar empleo ya no es la preocupación, el reto es que sea de calidad. En la del sur, no toda la población ha llegado a ese nuevo estadio. Algunos, más de lo deseable, aún aspiran a lo más básico del ser humano, poder trabajar.