Tantas veces se ha repetido que la Unión Europea está ante su hora crucial que ya parece un eslogan gastado. Sin embargo, esta vez es diferente: ante el gigantesco reto que vendrá del otro lado del Atlántico en los próximos años, los europeos tenemos que reaccionar inmediata y rigurosamente porque grandes amenazas se ciernen sobre nuestro modelo económico y social.
Desde un punto de vista económico, cuatro son los frentes en los que esa amenaza se sustancia. El primero y más evidente es el comercial. Ya ocurrió en la primera presidencia de Trump: el país al que durante más de medio siglo se consideró como un baluarte del libre comercio, pasó a liderar el proteccionismo.
Todo indica que ahora esa tendencia se va a intensificar, a través de una imposición general de aranceles (de entre un 10 y un 20 %). El impacto sobre la UE podría ser muy considerable: un estudio reciente lo ha fijado en 180.000 millones de euros. Eso en primera ronda, porque el arma del proteccionismo descarnado la carga el diablo: los países afectados no tardan en devolver el golpe, originándose espirales reactivas que acaban por dañar a todos. El segundo frente es la previsible oleada de desregulación financiera, en una dirección opuesta a la creencia europea (principal lección extraída de la catástrofe del 2008) de que si hay algo peligroso en la economía moderna de finanzas elefantiásicas es que estas queden a su propio albur. También ocurrió con Trump en el 2016, según explicó por entonces el macroeconomista Stanley Fisher: «Tuvieron que pasar casi ochenta años desde 1930 para tener otra crisis financiera de esa magnitud. Y ahora, después de diez años se desea regresar al statu quo anterior a la gran crisis financiera. Yo lo encuentro extremadamente peligroso y cortoplacista».
Si en ese momento no llegó a consumarse esa involución, ahora sí podría ocurrir. Los otros dos retos que para Europa traerá el trumpismo son de otro carácter, más grave y trascendental, pues afectan a la principal dirección estratégica que la UE ha trazado en los últimos años (además de suponer amenazas a otro nivel, digamos, civilizatorio). El principal es el olvido de los objetivos climáticos; una materia en la que la ausencia de cooperación supranacional dificulta enormemente que los esfuerzos de algunos países a favor de la descarbonización produzcan resultados efectivos. Si ya vamos con retraso en la búsqueda de esos objetivos (recuérdese, reducción de entre 50 y 55 % de las emisiones de gases en el 2030, y neutralidad climática en el 2050), con Trump enfrente todo se hará más arduo. El otro asunto crucial es qué hacer con los gigantes tecnológicos y el futuro de la inteligencia artificial. Ante la evidencia del poder a una escala desconocida de esas grandes empresas (monopolios como nunca se habían visto que, entre otras cosas, se apropian de una parte de nuestra riqueza: nuestros datos), Europa estaba disponiendo ya una fuerte batería de controles. Pues bien, entre los planes que conocemos de la futura Administración Trump figura presionar con toda su fuerza para que esos controles sean eliminados.
Ante todo esto, ¿cómo reaccionará Europa? Lo visto hasta el momento no da para hacerse muchas ilusiones, pero no queda otra: o dar un paso firme hacia una mayor integración y desarrollar reformas en el ambicioso sentido marcado por el informe Draghi, o retroceder hacia quién sabe qué agujero negro. La visión más en positivo de esta alternativa la ha dado Enrico Letta: «Donald Trump ayudará a Europa a pasar a la edad adulta». Esperemos que así sea, porque cualquier otro camino nos llevará, definitivamente, a la melancolía.