Es bien conocido que Trump ha favorecido, y piensa seguir haciéndolo, los combustibles fósiles, especialmente una mayor producción y exportación de petróleo y gas natural a los cuales considera símbolos del poderío económico estadounidense. El mismo día de su investidura ha firmado una orden ejecutiva que permite «liberar el extraordinario potencial de recursos de Alaska» así como la agilización de los plazos para la obtención de permisos de perforación en terrenos federales. Desde la pasada Navidad, el precio del barril Brent ha aumentado más de un 10 % debido supuestamente a las nuevas sanciones contra Rusia, así como por las presiones sobre Irán. Trump puede utilizar estas sanciones como arma de disuasión contra Moscú para negociar el fin del conflicto ucraniano, pero si la negociación se dilata, el suministro desde Rusia hacia China e India principalmente podría verse gravemente comprometido. A pesar de ello, Rusia e Irán probablemente encontrarán compradores fuera del alcance de las políticas de Occidente operando en un mercado alternativo expandido y que ha demostrado ser bastante dinámico y resiliente.
La UE busca la autonomía energética tras décadas de adicción al gas ruso incrementando significativamente su consumo de hidrocarburos estadounidenses, especialmente gas natural licuado y crudo, ambos extraídos en origen gracias al uso intensivo de la polémica técnica de fracturación hidráulica promovida por Trump. Este sistema está prohibido mayoritariamente en Europa, lo que denota una cierta hipocresía ambiental por parte de la UE.
Las políticas energéticas y las posturas negacionistas de la administración Trump complicarán el progreso de la descarbonización global, así como los equilibrios de poder económico vigentes. El flamante nuevo presidente estadounidense ya ha firmado la retirada del acuerdo climático de París, el histórico pacto internacional diseñado para limitar el aumento de las temperaturas. Toda una declaración de principios.
Joan Escuer, geólogo y profesor de la Universidad Carlemany