ALFONSO DE LA VEGA
11 abr 2001 . Actualizado a las 07:00 h.Para el católico común, la Semana Santa rememora una peripecia histórica: la de la pasión y muerte de Jesús. Sin embargo, muchos de los ritos que se celebran bajo la imagen del cristianismo corresponden a tradiciones relativas a la antigua religión solar, muy anteriores cronológicamente a la época cristiana. En efecto, tanto la fiesta del nacimiento de Jesús, como la de su muerte y resurrección, son fiestas astronómicas. La primera, de carácter fijo, se celebra recién pasado el solsticio de invierno, cuando el sol se dice que nace al empezar a subir sobre el horizonte. La segunda es una fiesta luni-solar: el domingo de resurrección es una fiesta variable, pues se determina de acuerdo con el ciclo lunar correspondiente a cada año y por ello no se corresponde con ninguna efemérides biográfica o histórica; es el primer domingo después del primer plenilunio tras el equinoccio de primavera. Éste, llamado también punto vernal, se forma con la intersección del ecuador y la eclíptica o aparente trayectoria anual del sol alrededor de la Tierra. Su figura en el cielo se asemeja a la de una gigantesca cruz de San Andrés. Así, en el escenario celeste, el dios Sol representa su historia mítica cada año: nace de una virgen cuando la constelación de Virgo se eleva sobre el horizonte, es crucificado en el equinoccio de primavera y se eleva sobre los cielos, haciendo madurar el grano y los racimos al entregar su energía vital como alimento a sus adoradores. Estos sucesos astronómicos se repiten en las vidas de los diferentes dioses solares: Osiris/Horus, Tammmuz, Mithras, etc., que aparecen en muchas iconologías en brazos de su madre en forma de madonas, asociados a animales sagrados como toros o corderos, muertos y resucitados de algún modo cerca de dicho punto vernal. Y en el cristianismo su forma es similar. En la iconología cristiana primitiva no aparece la figura de un hombre crucificado, sino la de un cordero místico (agnus/agni = fuego) que lleva la cruz y el disco del sol, padre del fuego. Luego empieza su transformación mostrándose al cordero con cabeza y busto humanos, y, a partir del siglo séptimo, se ordena representar el cuerpo entero de Jesús en vez del cordero. Las procesiones cristianas, cuya estética recuerda según algunos la de los cortejos astrales del estilo de la Santa Compaña, se asemejan a las correspondientes precristianas, en las que se paseaban las estatuas de dioses y diosas a las que acompañaban cofradías de hombres y mujeres.