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PEARL HARBOR

La Voz

OPINIÓN

TRIBUNA / Francisco Vázquez (Alcalde de A Coruña)

05 jul 2001 . Actualizado a las 07:00 h.

Hoy se estrena en los cines la película más cara de la historia. Narra el ataque sorpresa de los japoneses a la base de los EE UU de Pearl Harbor, episodio ya tratado con anterioridad en magníficas películas, como De aquí a la eternidad, del director Fred Zinnemann, ganadora de 8 Oscars en 1953 y recordada por el besazo que se daban en la playa Burt Lancaster y Deborah Kerr, que rompió así con su imagen de actriz fría y distante. En 1970 el director Richard Fleisher rodó un perfecto film histórico - documental que tenía por título Tora, Tora, Tora, tigre en japonés, recogiendo la contraseña con la que los aviadores japoneses, dirigidos por el capitán Fuchida, iniciaron su ataque. Un proverbio japones dice que el tigre se desplaza dos mil millas, pero siempre vuelve sano a su guarida. Con ello al mando nipón simbolizaba su seguridad en el éxito de una operación tan lejana de su territorio. Pearl Harbor (la bahía de la perla) está situada en la isla de Oahu, del archipiélago de las Hawai, cerca de Honolulu, capital de las islas. Junto al puerto californiano de San Diego, es la principal base en el Pacífico de la marina de guerra estadounidense. A las 7.55 de la mañana del domingo 7 de diciembre de 1941, 183 aviones japoneses del tipo Zero iniciaron un ataque sin previa declaración de guerra, sobre los 96 buques atracados en sus muelles y sobre los aeródromos e instalaciones militares. Hasta las 8.40 duró este primer ataque y a las 8.54 una segunda oleada de aviones continuó su tarea de destrucción. A su marcha, 18 buques estaban fuera de combate, entre ellos dos grandes acorazados, 9 barcos resultaron gravemente dañados, 198 aviones fueron destruidos, 159 averiados, resultaron muertos 2.403 hombres y 1.178 heridos. Los japoneses sólo perdieron 29 aviones y 64 hombres. El jefe de los aviadores Fuchida quería enviar una tercera oleada de aviones, pero el comandante de la operación el almirante Nagumo, temeroso de la represalia americana, ordenó retirarse a los seis portaaviones japoneses, cometiendo un gran error estratégico, porque los depósitos de combustible de la marina americana, con más de 4 millones de litros quedaron intactos, permitiendo así que no se colapsara el suministro de los buques americanos. Este hecho determinó la entrada en la guerra de América. Ante el Congreso americano el presidente Roosevelt, calificó ese día, como el día de la infamia y el pueblo americano, hasta entonces partidario de la neutralidad de su país, exigió venganza. La guerra europea, iniciada por Hittler dos años antes, se convirtió en mundial y la incorporación de los EE UU fue determinarte para la victoria final de las democracias, gracias a sus inagotables recursos económicos y militares. La estrategia del ataque japonés la elaboró su más prestigioso marino, el almirante Yamamoto, que en los años 20 había sido agregado naval en Washington. Allí había leído una novela del periodista inglés Héctor Bywater, titulada La gran guerra del Pacífico donde se describía ¡un ataque aéreo por sorpresa de los japoneses contra la flota anclada en Pearl Harbor! Su idea era asegurarse la supremacía naval en el Pacífico, con una flota, la japonesa, que era entonces la más poderosa del mundo. Los intereses japoneses chocaban con los de los americanos. Japón había iniciado en los años 30 una serie de guerras con sus vecinos, buscando el suministro de materias primas que abastecieran a la industria de su pequeño, pero superpoblado país. En 1941, Roosevelt decidió el embargo del acero y del petróleo para el mercado japonés. En ese momento el Japón comenzó su preparación para la guerra, aplicando el plan ideado por Yamamoto. Hoy muchos historiadores se preguntan si la sorpresa fue real. Hay indicios serios de que Roosevelt conocía los planes japoneses y los dejó hacer buscando así un pretexto que le permitiera vencer la resistencia de su país a entrar en la guerra. El contraespionaje americano tenía desde hace años un sistema que le permitía descodificar todos los mensajes japoneses, el llamado Magyc System. Parece imposible que no se detectasen los movimientos de la flota atacante. A mayores, sorprendentemente ningún portaaviones americano estaba en puerto. A pesar de ser fin de semana, días de descanso de las tripulaciones, el viernes habían levado anclas, salvándose así de la destrucción y manteniendo intacta la principal fuerza de ataque en el mar, como demostrarían meses después, en junio de 1942, en la batalla de Midway, donde se inició el principio del fin para los japoneses. Pero lo más curioso resultó que la nota diplomática conteniendo el ultimátum del gobierno japonés, era conocida por el presidente americano un día antes del ataque. El embajador japonés, Nomura, la debía entregar a las 13 horas en Washington, cuarenta minutos antes del ataque japonés, para así respetar formalmente las reglas del derecho. Pues bien, Hull, el secretario de Estado americano, lo tuvo esperando cuarenta y cinco minutos, y al recibirlo sin dejarle hablar, le espetó que Japón acababa de atacar a traición a la nación americana, sin que existiese una previa declaración de guerra. El efecto psicológico de ser víctima de una agresión injusta y alevosa estaba logrado. La condición de masón del presidente Roosevelt, alentó desde la extrema derecha americana una campaña de difamación interna, acusándolo de traidor y de instigador de la guerra como cómplice del contubernio judeo-masónico. El presidente Truman, sucesor de Roosevelt creó una comisión de investigación, que exoneró de toda culpa al presidente. Esperamos que las cantidades invertidas en la película aporten un film de calidad. El tema lo merece.