En la abadía de Westminster, en Londres, la tumba de James Macpherson, el autor de Fingal, un antiguo poema épico , está junto a la del doctor Johnson. A este crítico intransigente, que tan bien retrató James Boswell, su ahora vecino de eternidad le parecía un farsante. Johnson estaba convencido de que los poemas del recopilador escocés no eran originales baladas gaélicas perdidas y reencontradas, sino un fraude poético salido de su propia pluma. No entiendo por qué tan sagaz crítico se rasgó las vestiduras cuando, ¿no es precisamente eso la esencia de la creación literaria? Adam Smith, cuya tumba está en Edimburgo en la iglesia de Canongate Kirk, dijo que eran versos maravillosos. David Hume creyó en el hallazgo casual, de la misma manera que Goethe o Napoleón leyeron los versos con entusiasmo. El mismo efecto causaron en el Duque de Rivas, Espronceda o Pastor Díaz y Pondal. Vuelo de Londres a Glasgow con la intención de llegar hasta la gruta de Fingal. En la capital escocesa tomo un autobús a Oban. Atravieso tierras de lagos, grandes extensiones de pastos y montañas. Todo el paisaje está cubierto de una espesa niebla como una gran fumarola. Pernocto en este pequeño puerto. Es media tarde y ya no hay una sola alma por la calle. A la mañana siguiente atravieso en un transbordador el estuario del Lorne en dirección a la isla de Mull. Estoy en la cresta del Reino Unido, en medio de un archipiélago, en pleno Atlántico. Las islas Hébridas quedan encima. La lancha que me conduce desde los muelles de Mull a Staffa se llama Oscar . Le pregunto al veterano patrón, que también tiene el mismo nombre, si es un homenaje a sí mismo. Sonríe, y me responde que el tal Oscar era uno de los hijos de Ossian, nieto de Fingal, es decir, el que ama a los ciervos . Staffa e Iona son dos promontorios rocosos frente a la costa occidental de Escocia. La primera es la que alberga la gruta de Fingal. Apenas se ven grupos de gaviotas chillando y Oscar me dice que muy pronto volverán las colonias de frailecillos. La barca que me lleva combina lo turístico con la pesca de bajura. Staffa fue explorada por un grupo de naturalistas dirigidos por Sir Joseph Banks a finales del Siglo de las Luces. Entonces sólo encontraron a un habitante que hablaba gaélico. La gruta de Fingal es un gran templo sostenido por ciclópeas columnas basálticas. Le doy la razón al escritor alemán Theodor Fontane, viajero por estas tierras hace más de un siglo, que describió el antro como una catedral gótica. La entrada en arco y los pilares en forma de canalones le recordaban la abadía de Westminster. Discrepo con lo que escribió Horace Walpole respecto a que «la naturaleza ama la arquitectura gótica», es decir, que esta gruta hubiese sido edificada por la mano del hombre más que por la de los dioses celtas. Por el contrario, el gótico podría haberse inspirado en estas formas salidas de la fragua del caos primigenio. Las columnas parecen sostener al mundo o también se asemejan a perdidas sendas de antiguos gigantes destronados. Uno von Troil las comparó con la columnata del Louvre o la de Bernini en San Pedro en Roma. El Oscar para el motor y se deja acunar por la corriente. Si la visión estremece, el ruido de las aguas corriendo hacia lo desconocido se asemeja a voces de ahogados. En el interior, en medio de ese sonido de otro mundo, también los pilares parecen tubos de un órgano cuyos fuelles se mueven por las furias de los vientos. Estos sonidos del origen de la creación le inspiraron a Mendelssohn Hébridas . El compositor captó los crujidos de la naturaleza salvaje, el susurro de las olas, el silbido del viento y los chillidos de las aves. En la gruta de Fingal estuve, como Jonás, dentro de la ballena, dentro del Leviatám. ¿Acaso no son también estas rocas colmillos petrificados?