De repente algunos analistas parece que no ven más que líderes como Le Pen en el futuro de muchos países democráticos, sobre todo europeos y americanos. El escritor mexicano Carlos Fuentes incluso se atrevió a hacer una larga enumeración de líderes y de grupos para que se tenga una idea de la proporción del miedo que viene: el fascismo resurrecto, xenófobo, racista, antimigratorio, partidario de la autarquía y de las barreras comerciales, y por ello también contrario a la globalización. Da la sensación de que estamos cercados. Y la realidad no es ésta, ni es de recibo que se use el miedo como argumento de convicción sobre las bondades del sistema democrático. Por este camino sí que podemos acabar cargados de razón y de cadenas. Los ultras se han revelado capaces de ofrecer respuestas atractivas, por disparatadas y demagógicas que sean, a unos votantes insatisfechos que habitan fuera de los ámbitos de observación de los partidos democráticos tradicionales, convertidos en elites endogámicas más pendientes de sus privilegios que de las inquietudes de los descontentos. Bastaría con cambiar esto para conjurar el riesgo. Sin excusas ideológicas.