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LA PASTILLA DEL DIABLO

OPINIÓN

03 jun 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

Ha caído otro chico. Otra vez después de una larga noche de discoteca. Y otra vez víctima del cóctel mortal: alcohol y éxtasis. Quedó tendido en la calle, inconsciente, hasta que llegó la ambulancia. Las ayudas fueron pocas y tardías: antes de que surtieran efecto, se le paró el corazón. ¿Cuántos van? No me importa el número. Sólo me importa que se produce un goteo de muerte entre los más jóvenes. Demasiadas fiestas, macrofiestas o noches de discoteca terminan en el cementerio. En unos casos, por un coche. En otros, como en Sevilla, víctimas de un crimen. Y en éste, con un chaval que culminó su evasión tirado en un rincón; pagando su escapada a la felicidad artificial con el precio de su vida. «Vendrán más muertes», había dicho la madre de otro chico que murió en Barcelona hace dos semanas. Y han venido. Y seguirán viniendo. Las urgencias de los hospitales atienden a centenares de intoxicados por «la pastilla del diablo». El consumo se extiende, porque está al alcance de la mayoría: una dosis sólo cuesta mil pesetas. Y funciona un tráfico masivo, donde los vendedores minoristas son los propios jóvenes. ¿Cuáles son las causas? Se dan todas las circunstancias: la moda, que fomenta el consumo; largas fiestas que tientan a la droga; desinformación; desinterés de los padres, que ignoran cómo se divierte su hijo; tolerancia de los establecimientos públicos; falta de control policial... Todo ello, junto, se convierte en un cóctel explosivo, ante el que autoridades y sociedad resultan impotentes. Sólo surge un chispazo de alarma cuando cae la última víctima. Entonces nos preguntamos, «¿qué hacemos?». Y casi nadie lo sabe. Casi nadie lo quiere saber. Pero hay una juventud que se muere ante nuestros ojos, víctima de un negocio sin escrúpulos. Este año ya ha causado más muertes que el terrorismo. Los obispos no han dicho nada.