CONOCÍ a Víctor Freixanes hace ya treinta años. Estábamos ambos en los mejores años de nuestra vida, aquellos que corresponden a la formación universitaria. Fue en Madrid y Víctor llegaba a la ciudad para hacer un estudio de postgrado sobre Félix Grande o Paca Aguirre, que lo mismo da. Vivíamos en un colegio mayor, que era un territorio liberado donde convivían los últimos nostálgicos del SEU con lo más granado del pensamiento liberal y el antifranquismo militante. Intuíamos un país nuevo coincidente con nuestro deseo de libertades aguardadas y nos preparábamos en debates infinitos, en madrugadas discutidas y en lecturas sin apenas concesiones literarias. Menos mal que luego sería la literatura la que nos iba a redimir y a reubicar. Aquel Madrid era la ciudad alegre y confiada que ya ha dejado de serlo, vivíamos unas vísperas enfebrecidas de cambios esperados , actuábamos en todos los frentes posibles con un estajanovismo juvenil y encomiable. Cineclubes combativos, realismo social en foros obreros y en sacristías de iglesias de la periferia urbana, entrismo militante en publicaciones conservadoras, premios poéticos de convocatorias inverosímiles, galleguización de lo cotidiano. Publicábamos poemas -por entonces todos éramos poetas- en Reseña que tenía a Ernesto Escapa de embajador en Madrid, y Víctor mantenía un programa de radio de fin de semana , sólo para Galicia, en la SER , eran los tiempos de Crónicas de un gallego en la Puerta del Sol que sonaba ingenuamente popular. Mis amigos fueron los suyos, y continúan siéndolo, Tom, Charli, Manolo, Elías, et altri, y lo que más admiraba de mí por entonces, acaso lo único, era una novia famosa y cinematográfica que fue la envidia de todos mis camaradas. Era la primera y nerudiana estancia de Freixanes en Madrid. La ciudad era una olla a presión, los tiempos, como en un himno eran llegados y nosotros teníamos treinta años menos. Galicia, un país que diseñábamos para un futuro próximo, era nuestro norte común, una suerte de patología colectiva, y establecimos una fraternidad de todas las galicias con muchos de los estudiantes y profesionales gallegos que vivían en Madrid. Y volvió Celso Emilio de un exilio venezolano, y yo tenía su amistad y las llaves virtuales de su piso madrileño, allí llevé a Víctor y a tantos otros y juntos escribimos en voz alta nuestros mejores poemas civiles. Víctor regresó a Galicia. Tenía que hacerlo, era su cita aplazada, su compromiso más solidario. Velaí vai a nao capitana, vello amigo , y otra vez ya con familia, con Malós, que había sido su enfermera en una larga convalecencia y siempre su compañera recaló en Madrid para dirigir una editorial en castellano como sólo sabe hacerlo un gallego. Y en esa frontera cuando ya los hijos eligen un camino irreversible, se volvió a mudar, esta vez para quedarse, a la Tierra. Víctor Freixanes es uno de los nuestros, un gestor cultural para los tiempos que vienen, un activista de la cultura, un escritor consolidado, pero por encima de todo un amigo. Muchas han sido y son nuestras coincidencias de oficio, las comentamos en Madrid y en Frankfurt, tal vez en Buenos Aires, casi nada nos separa y mucho nos vincula. Pertenece a esa raza dos bos e xenerosos, a una generación encontrada que sucede a la más perdida de las generaciones en el panorama cultural y político de Galicia . Yo saludo emocionado los premios y las distinciones de Víctor Freixanes, sus nuevos cometidos y las responsabilidades elegidas. Ya sé que es infrecuente escribir sobre los amigos que ejercen parecidas disciplinas a las de uno mismo. Es tan infrecuente, Víctor, como sincero.