Regístrate gratis y recibe en tu correo las principales noticias del día

Saramago y la caverna de Platón

RAMÓN CHAO

OPINIÓN

29 ago 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

¡QUÉ ESCENA tan extraña nos describes, y qué extraños personajes. Diríase que se nos parecen! -exclama Glaucón ante el relato que le hacen de los habitantes de la caverna de Platón. José Saramago se apodera de este mito en su novela La caverna , una lectura que tenía yo atrasada y me traje a Mallorca de vacaciones. Se trata del alegato más simbólico y duro que se haya podido escribir contra la mundialización. Después de Todos los nombres y Ensayo sobre la ceguera , este libro completa su trilogía sobre el hombre en la sociedad neoliberal. Cipriano Algor es ceramista, como su padre y su abuelo. Vive con su hija y el marido de ésta al lado del taller donde tornea y cuece toda clase de objetos que vende luego en el Centro, un conglomerado comercial en el que, como todos los seres válidos de la comarca, trabaja su nuero. Marcial, que se llama, ocupa un puesto de vigilante interino y alberga la esperanza de transformarlo en definitivo para acceder a un apartamento de funcionario. Como cada diez días, Marcial recorre en camioneta las cinco leguas que separan su domicilio del Centro. Narrado en primera persona, el viaje se efectúa a traves de círculos sucesivos, como el análisis del tronco de un árbol. Llega al fin al Centro, edificio de cuarenta y ocho pisos, verdadero pulpo en la ciudad que creció tragándose casas, calles y tiendas particulares. En él se vende de todo según las leyes del mercado y con un lema dogmático: Se desecha lo que deja de servir, incluso las personas . Se trata de un viaje a través del tiempo que progresivamente nos lleva a la desaparición de un mundo allegado a la naturaleza y a la aparición de una sociedad dominada por la alienación de los valores y de los saberes; un mundo en el que triunfan las apariencias y el simulacro en detrimento de la verdad y de la esencia de las cosas. De esta forma se explica que los objetos de Cipriano ya nadie los quiera. ¿Quién va a comprar cacharros de barro cuando tenemos utensilios de plástico que los imitan tan bien que parecen auténticos, además de ser mucho más baratos y menos pesados?. Los ecos del texto en este caso platónico, nos recuerdan constantemente los valores esenciales y las trampas de la falsificación. Los sentimos de una forma emocionante en el viaje onírico que lleva a Cipriano hasta dentro del horno. Está sentado en un banco de piedra, en ese espacio cerrado, sofocante, con los puños y los tobillos esposados, viviendo la experiencia de la esclavitud durante el tiempo de un sueño; del sueño de la caverna de Platón. Pero en cuanto sale de las tinieblas, le cae una idea luminosa: fabricará muñecos; muñecos de barro, sí, pero muñecos exuberantes y artísticos , que corresponderán a los gustos y tendencias de los tiempos. Pero el inapelable estudio de mercado decreta que tales mamarrachos no serán comercializables. El desdichado alfarero se iría a vivir al exiguo apartamento que ha obtenido, al fin, su yerno. Y por si fuera poco, todavía le quedará ver realizada su pesadilla: en un rincón del quinto sótano, las excavadoras descubren una gruta que la dirección del Centro se apresura a explotar: «Próximamente abriremos al público la Caverna de Platón. Atracción única en el mundo. ¡Compre sus entradas ya!».