«PREDECIR ES muy difícil. Sobre todo el futuro», dijo en una ocasión el físico danés Niels Bohr. Poco después su discípulo, Heisenberg, desarrolló científicamente el principio de la incertidumbre. A veces da miedo pensar que algunos hechos sin los que ya no seríamos capaces de entender nuestra vida, pudieron perfectamente no haber ocurrido: el haber entrado aquel día exacto y a aquella hora en aquel pub donde la única invitación del azar parecía la trompeta de Miles Davis, y no la persona que nos esperaba dentro sin que nosotros lo supiéramos ni ningún pálpito nos lo anunciara; o esa amistad que nos ha construido por dentro y que sin embargo nos fue dada también por casualidad, por haber perdido un autobús o haber tropezado en el bordillo de una acera; o la gripe que en el último momento nos salvó la vida al impedir que tomáramos un determinado avión y el boleto premiado de lotería que alguien nos regaló en una tienda. A eso lo llamamos tener estrella. Aunque todos sabemos que lo más difícil de la suerte viene después. Cuando hay que empezar a merecerla. Pero existe también un universo en negativo que no es la fatalidad, sino sólo la mitad de la vida que hemos descartado, a veces injustamente, porque la justicia raramente tiene que ver con el destino: los fotogramas desechados o censurados que no formarán ya parte de ninguna película; los sobres vacíos, desprovistos de su contenido, pero también los que nunca se llegaron a enviar, las citas pendientes e incumplidas o sólo anunciadas como la novela El último hombre, que Albert Camus no tuvo tiempo de acabar; los besos de Cinema Paradiso y todos los que no nos han dado aún; lo que soñamos; la música secreta de aquella partitura que Juliette Binoche recoge de la basura en una película tristísima y hermosísima de Kieslowsky; el silencio; los proyectos que no llegan a ninguna parte; las decisiones que se dejaron de tomar en la cumbre de Johannesburgo; las negociaciones de paz entre Israel y Palestina; algunas paradojas; las páginas escritas en un rapto que consideramos imperfectas o demasiado raras y que acaban en la papelera, como ésta que ahora acabo de rescatar del fondo del cesto, porque es nuestra relación con lo imposible, lo que salva la libertad. Al fin y al cabo, el cálculo de probabilidades es una clase de insubordinación que no sólo cabe en los poemas de Borges, sino que está respaldado por la vida de cada cual y por leyes físicas y matemáticas muy precisas contrarias al pensamiento único. En el agujero negro del cosmos, donde van a parar todos los sueños que los humanos no hemos sabido conquistar, palpita enigmática la suerte de nuestra estrella.