HUBO UNA ÉPOCA en España en que ser comunista era un baldón. Era la época en la que los pocos comunistas que existían por aquí luchaban en la clandestinidad jugándose el pellejo frente a la policía política de Franco. Y hubo otra, algo más tarde, en que ser comunista era un honor. Fue el tiempo en el que los comunistas contribuyeron de forma decisiva a la construcción de la actual España democrática, con un esfuerzo de patriotismo cívico que muy pronto le reconocieron hasta sus más firmes adversarios. El tiempo ese, también, en que Carrillo dejó de ser el asesino de Paracuellos del Jarama y pasó a convertirse, incluso en boca del Jefe del Estado, en don Santiago. Y en que la Pasionaria, ya simplemente Dolores Ibarruri, comenzó a ser percibida como la recia vasca envuelta en negro que simbolizaba, como un icono laico, la imagen de su nombre: la del dolor que ella había sufrido al igual que tantos millones de españoles. ¡Cuántos hombres y mujeres eran entonces del PCE! Y sobre todo, ¡cuántos terminaron convirtiéndose en compañeros del viaje del partido en ese largo camino hacía la libertad que los comunistas habían sembrado, como pocos, con sus lágrimas, su sangre y su sudor! Obreros, intelectuales, escritores, cómicos de todas las especies, profesores: en una palabra, y según el lenguaje del momento, fuerzas del trabajo y la cultura , etiqueta que agrupaba a personajes tan dispares como Camacho, Alberti o José Luis Garci, o como Tamames, Buñuel y Ana Belén. Luego comenzó la madre de todas las trifulcas. Prosoviéticos, renovadores, carrillistas, cogieron de los pelos la muñeca y comenzaron a tirar gritando ¡es mía! hasta que la muñeca se rompió. Y, ya rota, muchos pudimos comprobar que dentro de la misma, como dentro de cualquiera, se habían mezclado lo bueno, lo regular, lo malo y lo peor. Es cierto que ya Jorge Semprún nos había contado en un libro apabullante (su Autobiografía de Federico Sánchez ) que no era oro todo lo que relucía en la historia del PCE, que la falta de libertad puede denigrar no sólo a quien la provoca sino también a quien la combate con valor y que, en suma, como el anillo de Frodo Bolsón, el poder es una terrible tentación frente a la que todos, y más que nadie quien lo ejerce, hemos de mantenernos vigilantes. Luego, en fin, vino lo peor. Primero Anguita y ahora Madrazo y quienes amparan su desvergonzado e irresponsable oportunismo, que han convertido el hecho de ser comunista de nuevo en un baldón. Madrazo ha conseguido así lo que sólo Francisco Franco había logrado previamente. Ese es su mérito. Los que un día fuimos del PCE se lo regalamos enterito.