MUCHOS DE LOS aspectos teóricos que plantea la sucesión de Arzallus se pueden encontrar en la parte de la obra de Max Weber dedicada al estudio de la dominación carismática y su transformación. La comprensión de lo que sucede en la política española pasa más bien por el estudio de los dominios carismáticos que por los relacionados con la política democrática común. El dominio carismático puro es inestable: «El deseo del jefe mismo, el de sus discípulos y casi siempre el anhelo de los adeptos carismáticamente dominados hacen que el carisma y la felicidad carismática de los dominados se transformen de una gracia libre exteriormente transitoria correspondiente a épocas y personas extraordinarias en una posesión permanente de lo habitual y cotidiano». Así la designación del sucesor por el señor mismo es una forma «muy adecuada de la conservación de la continuidad del dominio», de modo que el poder personal del carisma se transforma en la legitimidad fundada en la autoridad del origen. Otras veces se buscan las características unívocas externas del nuevo portador del carisma: En el antiguo Egipto los sacerdotes buscaban al nuevo sagrado buey Apis entre los que poseían capa blanca y una singular mancha en la lengua. En el Tibet se buscaban entre los niños las reencarnaciones de los grandes lamas fallecidos. Pero si el portador del carisma no ha designado a ningún sucesor y faltan las características para su identificación, se suele pensar que los discípulos y el séquito son los más indicados para señalar al sucesor. En realidad, este breve resumen del pensamiento weberiano es superfluo, cosa de ociosos y descreídos. En efecto, acerca de los partidos políticos, la Constitución nos indica claramente en su artículo sexto que «su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos».