CÉSAR CASAL GONZÁLEZ
24 oct 2002 . Actualizado a las 07:00 h.NO NOS metamos en Honduras, por favor. Aserejé es igual a soy un hereje, dicen. Me quedo con El hereje , de Delibes. La multinacional que edita la canción debería de estar detrás de esta denuncia de satanismo. Es el empujón definitivo del márketing a este aperitivo musical. Nadie puede tragarse en serio que Diego, el de los restos de contrabando, el del traje de aguamarina, el de la luna en las pupilas, sea el diablo. Escucho a Queco, el letrista flamenco que se ha forrado con la canción (cuatro millones de copias vendidas, multipliquen). Da las claves del estribillo. Lo compuso de coña con sus hijos. El buididipí lo puso su niño pequeño porque le gusta mucho Winnie the Pooh y lo quiso mezclar con Winnie the Pis, de mear. Ahora lo entiendo todo. Ya se sabe que los niños son unos diablillos. La canción tiene su punto de ragatanga, de rastafari afrogitano, de estornudo de la fiesta, haachís. Desde luego, la prefiero a aquella horterada de señorito de cortijo andaluz, dale alegría a tu cuerpo, Maacarena. Por no hablar del nombre del grupo. Nos reímos del mundo al colocarles a unas chicas que son hijas del Tomatito y se llaman las Ketchup. Genial. Claro, todo es obra del mismísimo diablo, que la baila, que la goza y que la canta. Vamos. cesar.casal@lavoz.es