DESDE FUERA, desde la lejanía de no vivir en Galicia, todo se ve de otra manera. Los kaleidoscopios se desgobiernan y no dejan que los colores se ubiquen en el lugar adecuado. Y sucede que todo o casi todo se sale del foco, se desenfoca y la rabia y la impotencia no menguan aunque pasen semanas y la brisa del olvido se vaya ocupando de borrar el disco duro de la memoria. Algunas televisiones en su afán mediatico de encubrir lo evidente y manipular lo dramático, ofrecieron una imagen de Galicia pintoresca, rural y atrasada que ya no existe afortunadamente, más allá de las fotos en sepia y de la antropología cultural exhumada en estos días de incertidumbres. Viendo esas imágenes recuperamos el arquetipo humillante del actor cómico Xan das Bolas, el gallego servil y casposo permanentemente disfrazado de sereno madrileño o portero de finca, que el franquismo nos quiso imponer como modelo. Estos días, cuando la televisión nos ofecía imágenes épicas de nuestra armada desembarcando en las islas Cíes, lo que yo estaba viendo era una nueva versión de Botón de Ancla , que como sigamos así será pronto repuesta en el cine de los sábados que dirige Parada, camuflado como un homenaje al «castigado y siempre sufrido pueblo gallego». El mismo pueblo que se abochorna cuando en la primera televisión pública del país, el nuevo pensamiento juanpardista avanza como otra marea negra. De Xan das Bolas a Juan Pardo, parece que el tiempo se ha detenido. Y escucho la banda sonora que retumba en el cerebro cantando Xuntos . Es el efecto Xan das Bolas, que regresa del túnel del tiempo y se instala en el túnel del fuel. Ése es el mensaje que quieren contar, la Galicia resignada del telón de Grelos. Pero están mintiendo y ya no pueden engañar a nadie. La Galicia del postprestigismo es orgullosa y gallarda, ha aprendido en un curso acelerado a llamar a las cosas por su nombre, está siendo un ejemplo de autoorganización y vertebra espontáneamente el núcleo de una sociedad civil que va a ser decisiva para sentar las bases del futuro. Esa Galicia que habrá que contar al resto de España es la misma que exige al Gobierno central que el AVE llegue en plazos y velocidad, la que está poniendo las cosas en su sitio y suma modernidad a tradición. Es la Galicia que está a la vanguardia de sectores industriales, la Galicia de los jóvenes que no quiere resignarse y reivindica la utopía y la rabia. Al espectáculo de «los pobres gallegos» sólo le faltó la sintonía de unos melancólicos versos rosalianos, o el mensaje primario y demagógico de unos derrotados emigrantes de guardarropía. Las gallegas y gallegos del nunca máis nos instalamos en nuestra dignidad de pueblo, no escuchamos las proclamas confusas del poder, él y tú más que deslegitima y envilece, la sarta de tópicos encadenados que hemos tenido que aguantar como si se estuviera hablando de una reserva de indios dakotas o fuéramos elegidos como una tribu ignota por el National Geographic . Por eso el nunca máis es mucho más que un mensaje, es un lema para una refundación, nuestra nueva forma de ser que habrá de sonar y, permítame que me ponga pesado y reiterativo, como un himno que nace.