Los juguetes perdidos

OPINIÓN

10 ene 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

LA MAÑANA siguiente al día de Reyes hay una orgía de envases, estuches, restos de embalaje y papeles multicolores amontonados en los cubos de basura. Si los objetos tuviesen alma, el limbo de celofanes y de envoltorios de juguetes sería tan inmenso como injusto resulta arrumbar, destinar a los vertederos de basura, los envases que no sólo albergaron los juguetes, sino que además acogieron durante meses, desde vitrinas y escaparates, nuestros sueños. La almoneda de colores de los días que suceden al 6 de enero, traen a mi memoria como el último cuento de unas navidades que ya sólo son un recuerdo, las tibias mañanas del día de Reyes, en las que a mí se me rompían invariablemente la mayoría de los juguetes con los que sus majestades habían tenido a bien obsequiarme. No había pistola de calamina que pasase del mediodía, ni coche de latón que sobreviviera a la noche. Incluso una bruñida espada más cercana al bronce que a otras aleaciones se me quebró en el primer duelo. Acaso los materiales empleados para fabricar juguetes en la época anterior al enojoso plástico no fueran los más adecuados. Pero yo siempre conservé un tesoro. Era un muñeco de látex que representaba al conejo de la suerte y que me había enviado desde Norteamérica un generoso y lejano pariente. Cuando se vino a vivir con nosotros rápidamente fue nombrado general de mi ejército de indios y vaqueros de goma plástica. Él los capitaneaba y salió victorioso de todas las batallas libradas contra legiones más poderosas en el desván de mi casa,que era el territorio donde habitaban mis fantasías . Había que ver a aquel capitán araña organizando la retaguardia y ordenando atacar por los flancos. Un día, hace ya algunos lustros, se perdió para siempre mi conejo de la suerte, y con él los indios y vaqueros. Con todos ellos se fue mi infancia a la isla que habitan los adultos . No volví a encontrarlos. Rebusqué arcones, cajas y maletas. No hubo noticia. Pero supe que hay un país que no viene en los mapas y existe en el atlas de los sueños, adonde van a parar los juguetes perdidos, los olvidados y los rotos. Es una tierra pintada como las páginas de los cuentos; los valles están llenos de juguetes que, como los míos, se extraviaron una tarde poblada por historias de los hermanos Grimm y de Andersen. También allí van a parar las cajas, los envoltorios que han albergado a los juguetes. De mi amigo el conejo de goma, de grandes orejas, heredé la suerte, pues siempre me consideré una persona afortunada. De los demás tesoros de mi infancia aprendí el secreto de la melancolía y una cierta vocación por la tristeza. Quizás por ello, cuando al día siguiente de los Reyes volví a ver de nuevo cómo los envases multicolores se apilaban en los cubos de basura, me he visto preguntando al viento, recordando a mi camarada Bugs Bunny, el eslogan de los lejanos buenos tiempos, y volví a repetir en voz alta un «¿qué hay de nuevo, viejo?», que sonó como si nunca se lo hubiera preguntado. Debía estar enfadado, porque no quiso contestarme.