Apuntes psicológicos para la guerra

LUIS FERRER

OPINIÓN

06 mar 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

EL 30 DE JULIO de 1932, un día antes de que Hitler ganara las elecciones en Alemania, Albert Einstein dirigía una carta a Sigmund Freud en la que le invitaba a debatir acerca de lo que consideraba el más imperioso de los problemas a los que la Humanidad se enfrentaba: ¿Hay algún camino para evitar la guerra? El médico se tomó casi dos meses para contestar, pero lo que dijo sigue siendo válido y de viva actualidad. Freud explica cómo se estableció la relación entre derecho y poder: En un principio la horda humana fue gobernada por aquél que poseía una mayor fuerza física; con el advenimiento de las herramientas, triunfó aquél que poseía mejores armas. Lo que produjo el paso de la fuerza al derecho fue el reconocimiento de que la fuerza mayor de un individuo puede ser compensada por la unión de varios débiles, de esta forma el derecho se constituye en el poderío de una comunidad. Las leyes de esta asociación determinan entonces en qué medida cada uno de sus miembros ha de renunciar a ejercer su fuerza para que sea posible una seguridad común.Pero para que pueda efectuarse este pasaje de la violencia al nuevo derecho se precisa una condición psicológica imprescindible: la unidad del grupo ha de ser permanente y duradera. Situación idílica que se topa con una tozuda realidad, por un lado algunos de los amos tratarán de eludir las restricciones para volver al dominio de la violencia; por el otro, los oprimidos tenderán a procurarse mayor poderío para que el mismo encuentre eco en un nuevo derecho. Sólo es posible impedir las guerras si los hombres se ponen de acuerdo en establecer un poder central al que conferir la solución de todos los conflictos; es decir, supone ceder cierta soberanía a costa de seguridad y paz.Lo que el mundo está viviendo estos días confirma lamentablemente esta idea. La condición indispensable de una unión permanente y duradera del grupo (ONU, OTAN, UE) está rota, lo que determina que su potencial poderío se esfume y por ello, la violencia esté servida. Desunidos y enfrentados los monos de segundo rango, el más poderoso volverá a ejercer su fuerza, impondrá su ley (y sus intereses).Los instintos humanos pertenecen a dos categorías básicas, aquéllos que tienden a conservar y unir (Eros), y aquéllos que tienden a destruir y matar (Tanatos). El ser viviente protege en cierto modo su propia vida destruyendo la ajena. Las tendencias agresivas son más afines a la Naturaleza que nuestra repulsión frente a ellas; pretender eliminarlas en el ser humano es tarea inútil, únicamente podemos aspirar a desviarlas al punto de que no necesiten buscar su expresión en la guerra, pero ¿cómo?Si la disposición a la guerra es producto del instinto de destrucción que todo ser humano posee, lo más fácil será apelar al antagonista de ese instinto: al instinto de vida, al Eros; algo ya dicho en el «ama a tu prójimo como a tí mismo», o el «haz el amor y no la guerra». Todo lo que establezca vínculos afectivos entre los hombres actúa contra la guerra y, al contrario.Estos vínculos pueden conseguirse de dos formas: con lazos análogos a los que se establecen en el amor; y con los que se producen por procesos de identificación, es decir, compartir elementos, valores o ideales comunes. Flaco favor se hace entonces a la paz cuando los elementos bien sean religiosos, culturales, raciales, nacionalistas o de otro tipo son puestos en evidencia no como elemento de afecto e identificación en tanto que humanos, sino de diferencia.El proceso de evolución cultural, la Civilización, es comparable a la domesticación de ciertas especies animales. Cuando el animal humano deviene culto y civilizado, sufre cambios psicológicos; cambios que se traducen en un progresivo desplazamiento de los fines y una creciente limitación de los instintos. La cultura impone dos caracteres psicológicos básicos: el fortalecimiento del intelecto, que consigue un cierto dominio sobre la vida instintiva, y la interiorización de las tendencias agresivas. Estas actitudes psíquicas que genera la cultura son negadas por la guerra en su forma más violenta, y la clave del porqué es en la vieja y culta Europa, donde los movimientos pacifistas son más vigorosos.