HACE YA mucho tiempo Pepe Bergamín, durante un almuerzo que se iba dilatando mientras crecía la tarde, me transmitió cierta angustia porque tenía que hacer la crónica semanal que escribía para un diario. ¿Qué le parece, amigo Pernas, si le digo que a una hora del cierre del primer pliego del periódico no tengo tema? Asustado por la inmediatez del problema, le sugerí la respuesta que Jacinto Benavente le dio al joven aprendiz de escritor cuando le pidió al dramaturgo un argumento para su próxima e hipotética novela. Benavente, rápido como era, le contestó lo siguiente: «Chico conoce a chica y se casan». A lo que el meritorio rapaz, sorprendido, acertó a decirle que ese era un argumento muy fácil y manido. Don Jacinto lo miró de soslayo y sentenció: «Pues chico conoce a chica y no se casan». El mozo estaba ante los dos argumentos sin poder decir una sola palabra después de haber manifestado su anterior sorpresa. Benavente que era tan sabio como malvado, añadió tras el silencio que esos dos temas estaban en el origen de la gran literatura universal. Desde siempre.Pues bien, con esa tesis como arranque y sin tener nada que ver, el maestro Bergamín escribió un bello y recordado artículo.No es mi caso cuando los temas para esta párvula colaboración se enredan entre sí y el corazón me pide que escriba sobre la primavera que va deteniéndose en las copas de los árboles para proclamar su manifiesto sobre esta parte de la cristiandad. Mi cabeza me ordena que el artículo vuelva a denunciar la guerra, y adquiera el compromiso de una larga y madura militancia en el bando de los que creemos que todas las agresiones son gratuitas, y que en la historia de la humanidad no ha habido nunca nadie que tuviera argumentos para justificar una guerra, en una línea ratifico todos mis principios pacifistas y uno mi grito de «guerra no» a millones de gargantas que se están desgañitando en todos los idiomas conocidos.Por eso vuelvo al discurso cotidiano, a recoger la cosecha encontrada en tertulias y tabernas, fuente nutricia de textos escuchados y retorno a una cercana mañana de domingo indolente y perezosa, y me veo cuando el día ya había repartido los rayos del sol que doran la mar, en una taberna marinera, la Ribeira se llama, donde los churros saben a memoria e infancia. Cuatro muchachos apuraban el penúltimo cubalibre de una larga noche de sábado . Los madrugadores que saboreábamos el primer café nos rejuvenecíamos con aquella estampa juvenil ya olvidada en el archivo de los días lejanos. Pero como todo es relativo, los chavales que no pasaban de los veinticinco años, comentaron nostálgicos, uno de ellos en voz alta: «Nos nosos tempos, acordádevos, éramos os mellores».Y los tiempos que habían transcurrido desde el origen de la frase estaban ahí mismo, hace un cuarto de hora como quien dice. Ellos seguían a mis ojos, aún sin conocerlos siendo «os mellores». Y entonces regresé a mi juventud lejana, a sentir de nuevo que la utopía era posible, a rejuvenecer en las ganas legítimas de cambiar el mundo, en sumarme otra vez a la disidencia y ser por un momento políticamente incorrecto, porque el mundo continúa siendo obsceno y los argumentos valen igual para un roto que para un descosido, y aquella mañana de domingo, va para una semana, volví a donde solía, a ser tal como éramos, porque «nos nosos tempos tamén nós fumos os mellores».