Y yo, ¿seré también un cipayo?

| ROBERTO L. BLANCO VALDÉS |

OPINIÓN

17 may 2003 . Actualizado a las 07:00 h.

ME MIRO: sí, sí, desde el miércoles pasado, me miro y me remiro y, aunque busco, no encuentro en mi aspecto nada raro. Me toco, pregunto a mis amigos y nada de nada: todos me ven igual que siempre. No tengo sarpullidos, ni cuernos (¡eso espero!), ni rabo, ni signo externo alguno que permita adivinar de qué grupo formo parte. Y, sin embargo, el miércoles pasado -¡ay!, ese miércoles 14-, nos ha sido revelado el misterio mejor guardado de esta campaña electoral, el de la nacionalísima trinidad: tres clases de gallegos diferentes, pero un solo pueblo verdadero. El Xosé Manuel anunciador lo dijo en Monforte, nombre bíblico, como bíblico ha sido el anuncio hecho desde allí. Pues igual que fue un monte, el Sinaí, el que marcó el éxodo hacia la tierra prometida, es ahora este mon-forte el lugar en que se nos revela que en Galicia hay tres clases de gallegos. Oigamos la palabra del Xosé Manuel anunciador: «Un é o dos indíxenas, que somos nos e o é a xente. Están tamén os cipaios, que son os indíxenas as ordes dos invasores, e os pieds noirs , ou colonos, que son os máis interesados en manternos atados a metrópole». ¡Toma del frasco! ¿Y ustedes qué serán? Indígenas, cipayos o pies negros. Si al pedir un albariño a su parienta, fueran y dijeran «yo querer vaso de vino», seguro que se podría decir que son pies negros, pero, claro, nadie habla por aquí como los apaches o los semínolas. Distinguir a los cipayos resulta todavía más complejo. El Diccionario nos habla de soldados indios de los siglos XVIII y XIX al servicio de Francia y Portugal. ¿Serán cipayos, pues, los trabajadores de Citroën? ¿Lo serán, acaso, los comerciantes de Tui que les veden bacalhau a sus vecinos de Valença? ¡ Chi lo sa ! Y es que lo malo de la revelación del miércoles 14 es que nos deja sin elementos objetivos para distinguir quién es quién en la nueva Galicia que nace de la palabra revelada. Sólo sabemos lo que afirma el propio interesado. Al parecer, que ellos, los nacionalistas, son los auténticos indígenas, es decir, los gallegos de verdad; que todos los demás, es decir, la inmensa mayoría no nacionalista, somos los cipayos a las órdenes de los supuestos invasores -los pies negros- que nos tienen atados a Madrid; y, en fin, que esas tres clases de gallegos se resumen en un único pueblo verdadero, el que vota a quienes nos conducen a la tierra prometida a través de las arenas del desierto españolista. Sí, no me lo digan: ya sé que todo eso es una majadería para consumo de sectarios, pero yo me quedaría más tranquilo si los que hoy mandan de verdad en el cotarro aclarasen que el único pueblo verdadero de Galicia es el que formamos todos los gallegos.