PRIMERO FUE la «marea negra» que no queríamos, pero que llegó. La del chapapote. Más tarde vino la «marea blanca», que ansiábamos y que también llegó. La de los voluntarios. Y ahora aguardamos una nueva marea. La de veraneantes. Que necesitamos. Con la llegada de una de las salidas masivas del año hacia los lugares de veraneo, los gallegos aguardamos que nuestras calles, playas, calas, costas y hoteles, se llenen hasta rebosar. Nunca como esta vez disfrutaríamos tanto viendo como la misma Galicia que ha sido triste noticia en los últimos meses, lo siga siendo en los próximos por motivos bien distintos. Hemos superado los desastres, los desasosiegos, las incompetencias, la carencia de medios y el dolor de ver destrozado parte de nuestro entorno natural. Pero no podremos superar una nueva catástrofe. La de comprobar que quienes habitualmente tomaron a Galicia como lugar de ocio y descanso, se deciden ahora por otros destinos. Después de lo padecido, los gallegos no nos merecemos un nuevo desaire. Han sido un invierno y una primavera para el olvido. Por eso éste ha de ser un verano para la ilusión. Probablemente no se alcancen los seis millones de visitantes con los que sueña el conselleiro Pérez Varela. Y con los que soñamos todos. Pero bien estaría que nos acercásemos lo máximo posible a esta cifra. Y que como antes hicieron los 325.000 voluntarios que atiborraron nuestras playas, ahora lo hagan otros cientos de miles de veraneantes. Porque Galicia es mucho más que una catástrofe. Es cultura, gastronomía, descanso, diversión y ocio. O como decía don Álvaro Cunqueiro. Es hermosura, gracia, alegría, vida, prodigio incomparable y el fabuloso regalo de tanta y tan extremada luz. Por eso, este va a ser un gran verano. Un verano para la esperanza.