NO ES ASUMIBLE que los conductores gallegos seamos los más zopencos de España. Tampoco que los automóviles que aquí nos vende sean diferentes a los del resto del Estado. Ni que cuando salimos a las carreteras, por una influencia del Nordés o de la Santa Compaña, nos dé por turrar contra los terraplenes. No. Los conductores gallegos somos, cuando menos, iguales que los andaluces, los catalanes o los suecos. El estudio del Real Automóvil Club, que analizó el 87% de la red viaria, arroja conclusiones estremecedoras. Las carreteras gallegas son las más peligrosas de España. Y más de la mitad de los viales que cruzan nuestra geografía presentan un elevado índice de riesgo de accidentes. Al estudio le falta decir que algunos tramos de autovías y autopistas son los de mayor siniestralidad de Europa. Que también es cierto. Bien está que se controlen los excesos de velocidad, el superávit etílico y el uso del cinturón. Pero eso no es suficiente. Uno de los primeros problemas de la sangría de víctimas está en la raíz. En las propias vías. Hay que remozarlas. E invertir más. Dejarnos de dedicar tanta atención a sesiones pirotécnicas. Porque luego nos dicen que no hay fondos. Vamos a tener que echarle imaginación. Federico Trillo la tiene. Acaba de montar una inmobiliaria para poder hacer frente a la modernización del Ejército. Chirac y Schröder propugnan una economía creativa. A lo mejor aquí tenemos que privatizar nuestra morriña para mejorar las carreteras.