INGLATERRA fue una anomalía histórica. Una tierra considerada durante el primer milenio como país de gente atrasada y objeto de conquistas para sus vecinos europeos, se convirtió en la cuna de la Revolución Industrial, el origen de la Era Moderna y el país más influyente desde mediados del siglo XVIII hasta el XX. Nadie podría haberlo anticipado. Y cedió el testigo precisamente a una de sus colonias, los Estados Unidos, cuya fundación y desarrollo se inspiró en ideas y modelos generados en la metrópoli. La impronta de Inglaterra en la historia moderna se debe a lo que Montaigne calificó como el genio de los pueblos , esa peculiar subjetividad, la forma de enfrentarse a la vida que hace a cada uno diferente y especial. Lo característico de Inglaterra ha sido la combinación única entre desconfianza en los demás -y en uno mismo-, una tenaz defensa en las principios de la libertad y la democracia, el enfoque positivista y empírico en el pensamiento y una decidida valentía en los momentos decisivos. Con Cromwell, Inglaterra inició el derribo de los despotismos monárquicos. Con Locke se teorizó la tolerancia y el pluralismo; con Hume, los fundamentos filosóficos de la ciencia moderna. Los economistas debemos a la Ilustración Inglesa del XVIII el impuso fundamental a los instrumentos de nuestra profesión. Y hasta sus mejores políticos, destacando el más grande, Winston Churchill, son patrimonio de la civilización. Y fue la defensa inquebrantable de su tradición y sus principios lo que permitió que Inglaterra fuese el refugio de todos los perseguidos de Europa. Hasta Karl Marx, que pretendía destruir su sistema, escribió sus mejores obras en la biblioteca del Museo Británico. Uno de sus peores momentos fueron los de la larga posguerra hasta finales de los ochenta. El país inició una senda declinante; se había hundido en el mimetismo continental, en la trampa socialdemócrata, engañosa por su aparente solidaridad pero a la larga generadora de su estancamiento. Hasta que la Thatcher la devolvió a sus modelos clásicos, amparada por el trabajo intelectual del equipo de pensamiento que dirigía el refugiado del nazismo y premio Nobel F. Hayek. Entonces Inglaterra salió del estancamiento. A la dama de hierro no la echó el electorado, sino su partido. Pero llegó Blair, que había aprendido la lección. Mantuvo el programa económico de la Thatcher y teorizó el retorno a la tradición con el invento de la Tercera Vía, que Anthony Giddens racionalizó. Salvó al laborismo y renovó los discursos de la izquierda internacional. En la hora decisiva de la guerra contra el terrorismo internacional se unió a sus aliados permanentes, los norteamericanos, y demostró la visión estratégica de los grandes de Inglaterra. Esta semana ha convencido a la mayoría de su partido. Es una persona sana y equilibrada; a su talento une las condiciones emocionales de los verdaderos líderes. Tony Blair es la mejor personificación actual del genio inglés. Será útil para todos, un gran activo para la nueva Europa.