¡Qué increíble, señor ministro!

| FERNANDO ÓNEGA |

OPINIÓN

14 oct 2003 . Actualizado a las 07:00 h.

ÁLVAREZ CASCOS es un ministro básicamente honesto. Si no fuera honesto, no tendría el valor de salir a la prensa a defender la figura de Xavier Arzalluz. Pero lo hizo, recordó que Arzalluz es un hombre que siempre ha cumplido sus compromisos, y lamentó que no haya habido un mejor entendimiento con él. Álvarez Cascos rompe así la aparente unanimidad del Consejo de Ministros y deja un nuevo poso de duda en quienes sospechamos que la política de Aznar no es la única posible en el País Vasco. Además de esto, el diagnóstico de Cascos resulta muy inquietante ante el futuro. Los que vienen detrás de Arzalluz, ha venido a decir, son menos inteligentes y más radicales. Traducido al lenguaje ordinario, suena como esas despedidas a Jordi Pujol que estamos escuchando en los últimos meses: «Nos vamos a acordar de él». ¿Nos vamos a tener que acordar también de Arzalluz, a pesar de todos sus desafíos, sus discursos de campa o sus recuerdos de las bombas de Franco? Es posible. Después de Arzalluz viene, como primer paso, el plan de Ibarretxe. Y, en cuanto a nombres, Josu Jon Imaz, o Joseba Egíbar. Si es el primero, triunfará la línea del lendakari. Si es el segundo, el sector más independentista del PNV. Y, en todo caso, faltará la experiencia de un Arzalluz, que ha vivido los logros y las angustias de la transición y sabe cuáles son los riesgos de poner en aprietos a la democracia. Arzalluz pudo haber sido, como Pujol, destinatario del mensaje del Rey en la noche del 23-F: «Tranquil, Jordi, tranquil». Ahora, tanto en Cataluña como en el País Vasco, llega al poder nacionalista una nueva generación, representada por estos nombres y por Artur Mas. Son gentes que hace 25 años, cuando se aprobó la Constitución, apenas habían alcanzado la mayoría de edad. No tienen memoria histórica, simplemente porque no han vivido otras épocas. Se han formado políticamente en el nacionalismo, y el nacionalismo es su único horizonte vital. Se sienten en la obligación de demostrar que van un paso más allá que sus antecesores. Ese es el panorama que tenemos por delante. Ante esa perspectiva, cabe preguntarse si la mejor opción sigue siendo mantener un muro de incomunicación. Un muro que le hizo preguntar a Iñaki Anasagasti: «¿Es admisible que Aznar esté quince segundos con Ibarretxe y cuatro horas con Gadaffi?». Ese muro no hace otra cosa que encerrar a los nacionalistas en sí mismos. Les hace crear fronteras mentales. Y ahí está, para demostrarlo, el ejemplo de Arzalluz: mientras era llamado a Madrid y hablaba con Cascos, cumplía sus acuerdos. Después se echó al monte. Lo increíble es que nos tengamos que acordar de él. No se puede hacer un peor anuncio de futuro.