EN LA VOZ (11-10) se daba la noticia de la inmovilización de 34 cajas de langostinos ultracongelados, por exceso del aditivo dióxido de azufre. El dióxido de azufre o anhídrido sulfuroso (SO2) es uno de los aditivos conservadores (o conservantes) con mas tradición en su uso. En la Roma clásica ya se desinfectaban los contenedores de vino quemando azufre para producir SO2. En el Maside de mi niñez he visto preparar las cubas por el mismo procedimiento. Los aditivos conservadores son las sustancias que prolongan la vida útil de los productos alimentcios, protegiéndolos frente al deterioro causado por microorganismos. En la lista de aditivos autorizados, el dióxido de azufre figura como E-220. Desde el E-221 hasta el E-222 son sulfitos, sólidos que van a liberar dióxido de azufre y, por lo tanto, su presencia se mide en valores de dióxido de azufre. Las dosis máximas que se pueden añadir a cada tipo de alimentos están reguladas por el R. D. 142/2002 (BOE 20-2-2002). En el caso concreto de la noticia, todos los crustáceos, tanto frescos como congelados y ultracongelados, pueden recibir una dosis máxima de 150 mg/kg en la parte comestible. Si los datos de la noticia son correctos (756,69 mg/kg), la multa estaba bien merecida. El dióxido de azufre aparece autorizado en otros muchos grupos de alimentos: vino, cerveza, sidra, galletas secas, etcétera. En el caso concreto del vino, su uso está prácticamente generalizado y todas las botellas lo contienen. El vino es un organismo vivo, que, sin ayuda de un conservador, evolucionaría hasta convertirse en vinagre. Las cantidades empleadas suelen estar por debajo de las máximas permitidas (160 mg/litro para tintos y 200 mg/litro para blancos). Un exceso de SO2 puede provocar problemas en el vino e incluso en personas sensibles a este aditivo.