Cuento de Navidad

| MANUEL MARLASCA |

OPINIÓN

23 dic 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

FUE UNA RECEPCIÓN inolvidable. Xosé Manuel Beiras junto a Anxo Quintana departían tranquilamente con Manuel Fraga y con anónimos ciudadanos de Nunca Máis y voluntarios que nos enseñaron hace más de un año lo que es la solidaridad a golpe de chapapote; en otro grupo, Xavier Arzalluz, Josu Jon Imaz y Egibar intercambiaban con José María Aznar y Eduardo Zaplana puntos de vista sobre autogobierno, soberanismo e independencia, mientras Ibarretxe escuchaba atentemente; Jordi Pujol y Pasqual Maragall reían las ocurrencias de Javier Arenas en una discusión que mantenía con Manuel Chaves sobre el protocolo en Andalucía; la foto del día, no obstante, era la de Federico Trillo y Gaspar Llamazares, interesado el primero en explicar al líder de Izquierda Unida los avatares meteorológicos, incluyendo el fuerte viento de levante y sin olvidar longitud y latitud, en la operación que acabó con la detención de Sadam Huseín; la humanidad de José María Fidalgo impedía ver a sus interlocutores, Alfredo Urdaci y el director de la Real Academia de la Lengua, Víctor García de la Concha, aunque la voz cavernosa, que no cavernícola, del líder sindical retumbaba en toda la estancia y se entendía que hablaban sobre las diferencias entre «ce-ce-o-o» y Comisiones Obreras; la conversación de Rodríguez Zapatero y Felipe González era observada de lejos -no sé si realmente espiada- por José Bono al que acompañaba Mariano Rajoy; en otro grupo, Ruiz-Gallardón, Fernández Tapias y Florentino Pérez hablaban de ópera, barcos y goles en una sorprendente mezcla, mientras Esperanza Aguirre cuchicheaba con Trinidad Jiménez, con claros aspavientos de que su conversación giraba en torno al trío; Herrero de Miñón con una copa de champagne en la mano -«lo prefiero al cava», le había dicho, no sin cierta suficiencia y entre dientes al camarero- rondaba de grupo en grupo, recitando, artículo por artículo, la Constitución de 1978, salpicada con referencias históricas a todas las anteriores (naturalmente, en un aparte con Esperanza Aguirre se refirió a la de 1812, a la Pepa ). Se hizo el silencio. Aznar se separó de sus interlocutores y ni siquiera se llevó del brazo a Rajoy, se colocó en un lugar estratégico -no había estrado-, alzó su copa y dijo en un insólito y caluroso tono: «¡Brindemos. Es Navidad!».