09 mar 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

QUEDAN cuatro días de campaña electoral (incluido el de reflexión) y uno tiene la sensación de que lleva en esto al menos desde comienzos de año. Quizá es así porque, como ya dijo Aristóteles, «el hombre es, por naturaleza, un animal político», lo que nos presenta como insaciables consumidores de campañas y precampañas, devoradores de declaraciones, acumuladores de promesas, ansiosos espectadores de pugnas políticas, etcétera. Somos, pues, los destinatarios naturales de las ocurrencias de los distintos líderes. Decía Winston Churchill que «el político debe ser capaz de predecir lo que va a ocurrir mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido». Tierno Galván fue menos sutil: «Las promesas están para no ser cumplidas». Se puede asegurar, pues, que todos han atendido admirablemente sus deberes. ¿Qué promesa que pueda atraer votos no se nos ha hecho todavía? En ello han trabajado infatigablemente los expertos. Lo de verdad importante es que funcione la democracia y que las promesas de los políticos se cumplan tan sólo en la medida en que no empeoren la situación, es decir, únicamente en el caso de que sea mejor observarlas que desecharlas. Algo que la realidad se encargará de delimitar llegado el momento. Porque, ¿puede desear alguien en su sano juicio que se cumpla todo lo que se ha prometido estos días? Dosis masivas de regeneración democrática, concordia política, desarrollo económico, creación millonaria de empleo (no de empleos millonarios), construcción de viviendas baratas (cientos de miles), trenes de alta velocidad e infraestructuras varias, mejoras de las pensiones, educación de calidad, seguridad ciudadana a tope y un larguísimo etcétera. Cuando los escucho, tan generosos, me viene a la mente la frase que se le atribuye a Josep Plá cuando observaba el puente de Brooklyn lleno de luces: «Y todo esto, ¿quién lo paga?». Pregunta de catalán, sí, pero también de sabio. Porque al final nada se hará sin que haya una relación directa entre el cumplimiento de las promesas y nuestros bolsillos, a los que ellos llegan (tienen la clave de acceso) por la sutil vía de una variadísima gama de impuestos. ¿O no?