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Sauditas y wahabitas

OPINIÓN

31 may 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

AUNQUE el wahabismo como doctrina interpretativa del Islam surgió en el siglo XI, no se vinculó políticamente a la tribu árabe de los Al Saud hasta el último tercio del siglo XVIII. Unidos por su común animadversión al dominio del Imperio Otomano, formaron una alianza por la cual los saud han protegido, desde entonces, a los seguidores de Abd al Wahab a cambio del «respaldo» moral y religioso de éstos a sus ambiciones expansionistas. Contando con este apoyo, Abdul Aziz Ibn Saud inició en 1902 la conquista de la península arábiga para culminarla en 1932 con la constitución formal del Reino de Arabia Saudita. Para ello fue preciso que derrotara a la otra tribu aspirante al dominio de la península arábiga, los Ibn Rashid, y que expulsara después a la familia hachemita de la ciudad santa de La Meca. Sin embargo, los más fanáticos de entre los wahabitas, lejos de tranquilizarse, con el triunfo del hombre al que habían respaldado, comenzaron a realizar «incursiones» en otros países limítrofes para eliminar, no sólo a los infieles, sino también a los musulmanes que rechazaban la doctrina wahabita. Para garantizar la estabilidad de su territorio, Abdul Aziz se vio obligado a someterlos por la fuerza. Desde entonces, los extremistas supervivientes han venido desarrollando en la clandestinidad una serie de actividades proselitistas cuya gravedad ha ido en aumento hasta la creación de la red terrorista de Al Qaida. Los ideólogos de esta organización terrorista, además, han sabido aprovechar el creciente descontento de la población saudita por la «corrupción» de la familia real, la alta tasa de paro juvenil, las injusticias sufridas por los palestinos, la Guerra del Golfo y las graves desigualdades sociales en muchos países árabes, para captar adeptos a su causa. El secuestro, este fin de semana, de más de cincuenta occidentales en Jobar es muestra de la gravedad de un problema originado, consentido y, en ocasiones, alentado por la propia dinastía saudita, que ahora se encuentra con que, habiendo regalado la cerilla, no sabe cómo apagar la hoguera.