EL DESCUBRIMIENTO de la estructura del ADN, algo tan cotidiano hoy en nuestras vidas, no fue recibido como algo excepcional en su momento. Crick y Watson pusieron de manifiesto las propiedades de replicación del ADN y explicaron el fenómeno de la división celular a nivel cromosómico. Al mismo tiempo establecieron que la secuencia de las cuatro bases del ADN representaba un código que podía ser descifrado, y con ello sentaron las bases de los futuros estudios de genética y biología molecular. Watson y Crick arriesgaron en ello su pensamiento y su capacidad científica. Triunfaron, y su entusiasmo y capacidad de liderazgo supuso el nacimiento de la biología molecular y transformó el enfoque de la biología experimental. Abandonada esta línea, Crick desde 1976 se dedicó al cerebro humano, a desentrañar las bases científicas de la conciencia. Llegó a sostener que en el cerebro hay un grupo de neuronas que son el origen de la conciencia. Crick mantuvo su convicción de que el funcionamiento de nuestros cerebros puede ser íntegramente explicado por la interacción de las células cerebrales. Francis Crick ha sido un gran científico, una persona con capacidad para generar pensamiento propio y original, un bien -individual- escaso en la humanidad. Nadie duda de su capacidad para arriesgarse con su propio pensamiento, abandonando o evolucionando desde los lugares seguros adonde había llegado, hacia nuevos campos de la ciencia donde el propio conocimiento y sus limitaciones le hacían asumir nuevos riesgos. Nadie duda de su capacidad teórica y de su honestidad científica, evidenciada en la autolimitación para sus especulaciones teóricas. Pero también forman parte de la historia sus limitaciones para la experimentación en laboratorio. Brecht recoge preguntas, obvias, de un obrero ante un libro. Preguntas que todos obviamos ante la grandeza de los genios. ¿Quién era el cocinero de César en las Galias? ¿Iba solo Alejandro Magno cuando conquistó la India? ¿Quién, además de Felipe II, lloró por la derrota de la Invencible? Con Crick y Watson estaba, cuando menos, Rosalind Franklin. Ella no fue premio Nóbel. Su jefe y competidor, MauriceWilkins, sí. Crick fue un gran pensador, un gran científico que aportó conocimiento e ideas que contribuyen a transformar el mundo. También aquí la tarea es colectiva.