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La luna en el mar riela

OPINIÓN

31 jul 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

BAJO LA LUZ del plenilunio, junto al mar -África a un lado, al otro Europa-, vuelve de súbito el revolucionario Espronceda de la Canción del pirata , que los de mi generación fuimos, tal vez, los últimos en aprender de memoria. Siguiendo nuestros pasos por la orilla, los rieles plateados que se deslizan sobre la superficie del Mediterráneo evocan aquel poema. Ese enorme plato marítimo fue la cocina de la cultura; una olla de bullabesa o de harira, según a dónde se mire, una mesa redonda donde se sabe que siempre hay alguien del otro lado con el que tenemos algo en común. Nuestro océano Atlántico, por el contrario, es una cadena, un sistema linfático a lo largo de una costa poblada por comunidades que no se miran entre sí; sencillamente, miran todos hacia lo desconocido, hacia un horizonte sin orillas tras el que se intuye otro o un nuevo mundo que en parte es, todavía hoy, tercer mundo. El azul mineral del Mediterráneo es igual a amanecer, despertar, nacer, iniciar, emprender. El azul metálico del Atlántico es crepuscular e invita a detenerse, soñar, dudar, reflexionar. Entre los dos mares, mil kilómetros de buenas estructuras viarias que coinciden en grandes tramos con el Camino de Santiago. En las nuevas autovías y variantes no se ven peregrinos; para ellos el camino continúa discurriendo por las viejas sendas, y su marcha ha vuelto a ser sosegada, ajena a las perturbaciones del tráfico. Año tras año se percibe también cómo la Castilla del secano se transforma en regadío y el verde del maíz va ganando espacio a la gama del amarillo al marrón de los trigos. En León comentan el importante compromiso del presidente Zapatero con su tierra para desarrollar una parte rezagada de España. Mientras tanto, aquí unos y otros ocupan demasiado tiempo en inculparse recíprocamente de retrasos e incumplimientos del Plan Galicia, en vez de dedicarlo a conseguir el compromiso de la sociedad al completo para que realmente sea efectivo. A lo largo de treinta años he asistido al deterioro de las costas mediterráneas. Son escasos los enclaves que han sido respetados. Cataluña acaba de dar un paso adelante con la aprobación inicial del Plan Director Urbanístico del Sistema Costero, que regula la protección de todo el suelo en una franja de quinientos metros, no como una línea mágica, sino como una cifra indicativa que se puede ampliar si fuera necesario para incluir sistemas ambientales y geográficos de interés. Casi al mismo tiempo, en Galicia se acaba de sacar a concurso la redacción del Plan Territorial Integrado do Litoral, y en este momento la Consellería tiene la oportunidad de vincular sus directrices generales con la revisión de la Ley del Suelo. En última instancia, preservar la costa es una cuestión de voluntad política, asentada en planes que contemplen un diagnóstico certero de la geografía y el paisaje y con suficiente capacidad pedagógica para hacer entender a todos que la voracidad del presente debe tener un límite. Con imaginación y propuestas empresariales serias se puede obtener del litoral alta rentabilidad económica, y si se consigue contener el resplandor de las luces y neones de la urbanización masiva, la luna seguirá rielando en el mar.