EL NO a la revocación de Chávez, además del triunfo personal del presidente venezolano constituye un éxito de los mecanismos democráticos, sobre todo que ninguna ley le obligaba a consultar a nadie. Significa igualmente un fracaso de la CIA y de la mayoría de los medios de comunicación. Desde hace meses Estados Unidos había anunciado que impugnaría la regularidad del escrutinio si ganaba el no . Al final hubo de aceptarlo. Ahora, todos los expertos temen provocaciones y disturbios internos para que se produzca un nuevo golpe de Estado o una intervención exterior. Ante tal perspectiva, casi todos los 180 observadores internacionales han abandonado el país. La campaña de prensa contra la democracia venezolana se desencadena en torno a tres temas: las contabilizadoras habrían sido manipuladas sin que los observadores se enterasen; los partidarios de Chávez amenazaron de muerte a muchos votantes del sí. Y en fin, el populismo del presidente no puede sino llevar a un callejón sin salida. De esta forma, el diplomático Enrique ter Horst, alentador del putsch en el 2002, escribe en el International Herald Tribune que se están acumulando las pruebas del fraude electoral. Según él, Jimmy Carter y el secretario general de la OEA, César Gaviria, quienes han certificado la transparencia del escrutinio, son unos ingenuos engañados por los chavistas. Mr. Horst insiste en la acusación de que las máquinas estaban programadas de antemano: el número de síes es el mismo en varios colegios electorales, aunque los resultados coincidan con la tendencia general y esta uniformidad, estadísticamente normal, se observe en todas las elecciones. Thor L. Halvorssen, de la Commonwealth Foundation, afirma en el Wall Street Journal que los chavistas asesinaban a sus rivales... ¡y que su propia madre resultó herida de bala! Lo extraño es que siendo esta dama esposa de hombre tan distinguido y de nacionalidad británica, el Gobierno de Su Majestad no haya emitido una nota de protesta; al contrario, ha reconocido en un comunicado la victoria del presidente Chavez, así como «el número muy limitado de violencias e intimidaciones». Mucho más aviesas que estas acusaciones fáciles de desmontar, y otras que aseguran que Chávez es zambo (mulato) y tiene una verruga, todo cierto, muchos comentaristas tratan de desacreditar su acción. En este tono destaca el editorial de Alexandre Adler en el derechista francés Le Figaro. Adler es un chantre del Impero norteamericano, lo cual no le impide destacar con ignorancia supina en cuestiones del Sur. Aprovechándose de las tinieblas del lector francés, y de las suyas, Adler hace un parangón entre Chávez, Perón y Ernesto Guevara, cuando los únicos lazos que unen a estos tres personajes es ser latinoamericanos. Según él, Chávez es un dictador que alcanzó la jefatura suprema tras una elección, ganó luego cuatro seguidas y ahora un referéndum al que nada le obligaba y no ha cerrado ningún periódico; mientras que la actual oposición, que preparó tres golpes de Estado con el apoyo de la CIA, es democrática. La campaña de satanización de Chávez no ha terminado. Zambo con verrugas, otras le sacarán, y sólo con el pueblo, como hasta ahora, podrá conservar el poder.