La hora de los optimistas

OPINIÓN

30 sep 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

LOS OPTIMISTAS están convencidos de que son ellos los que cambian el curso del mundo, empujándolo en la buena dirección. De hecho, cuando ocurre algo bueno no tienen el menor empacho en presentarse como padres de la criatura. Ellos son esos seres encantadores que, como decía Winston Churchill, ven siempre una oportunidad en toda calamidad. Lo cual hace que a veces se apresuren a crear la calamidad, precisamente para que pueda haber una oportunidad. Para ellos, obviamente. ¿Puede interpretarse lo que digo en una clave de populares ourensanos y afines? Desde luego, Baltar y Cuíña y otros ilustres prohombres de la derecha gallega parecen haberse abonado a esta teoría. Porque el mal ya está hecho (han logrado dar la imagen de un partido perfectamente dividido), y ahora sólo queda consolidar la oportunidad que desean, la oportunidad de ser, la oportunidad de atesorar poder, la oportunidad de sobrevivir con mando en plaza. Y en ello están. Yo, que tengo debilidad por observar los tejemanejes de la condición humana, estoy acabando por comprenderlos a todos, y, en vez de denostar a unos por enrocarse en una boina de intereses o a otros por supervalorar la urbanidad del birrete, me atiborro de estupefacción ante el lenguaje de las pasiones que manejan y que, según Jaime Balmes, es siempre mejor comprendido por el pueblo que el de la razón. ¿Qué quiere decir todo esto? ¿Que el pueblo gallego está entendiendo todo lo que ocurre? Yo creo que sí. E incluso creo que el más sorprendido es Manuel Fraga, que no sé cómo consigue desconocer de tal manera a algunas de sus criaturas políticas. Hace años que son de dominio público las «ideas» (mejor llamémosles «actitudes») de Baltar, Cuíña o Cacharro. Considerarlas ahora sorprendentes roza la estupidez. Su fidelidad a sí mismos ha saltado siempre a la vista. Como Terencio, bien podrían decir: «Yo soy mi prójimo». Y es que no pueden ser secundarios para ellos mismos, ni quieren serlo para los demás. Pero son esos demás los que hacen un pueblo y dicen la última palabra, incluso cuando yerran.... Aunque los optimistas confían en el pueblo sobre todo cuando yerra.