Los inmortales

| ERNESTO S. POMBO |

OPINIÓN

22 oct 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

SI EL PARTIDO Popular tuviera que defender desde la tribuna de un parlamento la zoupada que Fidel Castro se metió en la ciudad de Santa Clara, ya sabemos cómo lo haría. El conselleiro Pita, paradigma del buen gusto y de la cortesía parlamentaria, diría que eso le ocurre hasta a los deportistas de elite y que no hay por qué alarmarse porque «está en lo mejor de la vida». Rajoy añadiría que pese a lo acontecido, «se siente con fuerzas». Y otros hablarían de «plena forma» y de «cansancio pasajero». Pero como no es el caso, ante el aparatoso trompicón de Fidel, Loyola de Palacio, tan creyente ella, se ha apresurado a pedir que «se muera cuanto antes». Porque entiende que es lo mejor que le puede ocurrir a sus 78 años, que es la edad que tiene el líder cubano. Fidel Castro está decrépito y además remata sus largos discursos con unos trastabillones impresionantes que ponen el alma en vilo a cuantos le siguen. Fidel Castro ha de marchar porque está mayor y porque ya hizo todo cuanto tenía que hacer. Lo bueno, lo malo y lo regular. Fidel ha de dejarlo porque los cubanos necesitan salir de la asfixia y romper la parálisis que sufre el país. Y los demás, precisamos liberarnos de sus majaderías. Pero, sobre todo, porque ya no va a aportar nada que no haya aportado en sus 45 años en política. Pero Castro, aunque está fatigado, gastado y casi destartalado, no ha pensado en irse. Y ahí sigue, dedicando todos sus alientos, entre trompada y trompada, a agriarle la vida de los cubanos y a los norteamericanos. Ahí sigue, aferrado a sus razones. Que son dos: que su abandono supondría una división traumática. Y que para él Cuba es lo único importante. Todos los que se creen inmortales acaban diciendo lo mismo.