La democracia de Putin

OPINIÓN

24 feb 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

VLADIMIR Putin cree que las instituciones democráticas deben ser adaptadas a las tradiciones y a la historia de cada país, y así lo repite en cada comparecencia para justificar la adaptación restrictiva y autoritaria que él está haciendo en Rusia y que a algunos les recuerda tiempos pasados. Porque la adaptación que él hace se sustenta en una contradicción real: si las tradiciones y la historia de Rusia no son precisamente democráticas, ¿cómo echar mano de ellas para fortalecer un modelo de democracia? Más bien lo razonable es creer que no hay una adaptación sino un claro retroceso, que está a la vista en el control de los medios informativos, en el arbitrario encarcelamiento de Mijail Jodorkovski (y la consiguiente demolición de la petrolera que éste presidía, Yukos), en el predominio de una mentalidad de seguridad tipo KGB (favorecida por el conflicto checheno), en el intento de limitar el número de fuerzas políticas en juego, y en un largo etcétera de imposiciones y ejercicios de autoritarismo. Bush cumplió ayer en Bratislava con su papel de guardián de la democracia y le pidió garantías. Estaba en el guión anunciado. Pero también lo estaba que Putin no tiene la menor intención de rectificar nada. Cuenta con la aprobación de dos de cada tres rusos, que le piden crecimiento económico y seguridad, y se siente llamado a forjar una Rusia fuerte, no debilitada por un juego democrático incontrolable. La memoria de los viejos zares y de los grandes líderes soviéticos lo empuja a hacer concesiones democráticas sólo dentro de un orden. Los intelectuales críticos apenas lo inquietan porque el sistema se encarga de dificultar la transmisión de sus mensajes. Putin sabe que cuenta con muchos simpatizantes y partidarios en su país en este intento de reconstrucción del Estado. El caos de los tiempos de Boris Yelsin cede ante la apisonadora del actual presidente. La pena es que también cede la democracia. Pero no lo hará tanto como para desaparecer. Putin es un pragmático que quiere poner unos cimientos propios a algo que, a la postre, también se pueda llamar democracia y ser homologable con los usos occidentales. Pero antes quiere hacer una transición a la rusa.