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Pilar Manjón

| AMELIA DE QUEROL OROZCO |

OPINIÓN

24 jun 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

ESCUCHÉ estupefacta en distintas emisoras de radio las declaraciones de la que parece autoconsiderarse «única víctima» en este país: Pilar Manjón. Yo soy víctima del terrorismo, pues mi padre fue vilmente asesinado por ETA en octubre del 2000, en un atentado con coche bomba en el que fallecieron, además, otras tres personas, y en el que resultaron heridos, de diversa consideración, al menos otras 60. No sé si la señora -por llamarla de alguna manera- Manjón me considerará una víctima, pues el muerto no era mi hijo, sino mi padre, pero, desgfraciadamente, sí lo soy. Y yo también lloro todos los días por la muerte de mi padre -y llevo llorando más días que ella, pues el atentado fue bastante anterior al de Atocha, aunque eso no me hace ni más ni menos víctima-. Y lloro cuando mis hijos -que también son víctimas, opine lo que opine Pilar Manjón- me preguntan ¿por qué?, y lloro cuando veo que mi madre -no creo que se dude que es víctima- no «levanta cabeza»; y lloro cuando mi marido -que también es víctima- recuerda, con lágrimas en los ojos, las conversaciones que tenía con mi padre, o las cañitas que se tomaban...; y lloro cuando mi tío Antonio -que también es víctima, a pesar de ser hermano y no madre- no mejora su deteriorado estado físico -por una dolencia que, aunque anterior al atentado, no es capaz de superar, por el dolor de la pérdida de su hermano en aquel vil atentado-, y lloro cuando un millón de víctimas -pues los españoles son víctimas, aunque ningún familiar directo o indirecto haya fallecido en atentado terrorista- manifiestan su dolor por las calles de Madrid. Claro que la señora Manjón puede opinar que yo soy muy llorona. Tan llorona soy que desde que escuché por la radio el 11-M de camino a mi trabajo, el atentado de Atocha, me deshice en lágrimas y no he parado de llorar cada vez que lo recuerdo. Y lloro también por los caídos en Hipercor, o por los niños del atentado de la casa cuartel de Zaragoza, o por aquel chaval que, jugando, dio una patada a una bomba que le reventó entre las piernas, o por la admirable Irene Villa, o... Tengo mucho que llorar, porque el terrorismo, tanto de ETA, como del GRAPO, como el islámico, han dejado en este país auténticos regueros de sangre. Y además, yo soy una llorona. Y aunque tengo pocas dudas respecto a lo que llora la señora Manjón por mi padre muerto, que tenga la seguridad que yo sí lo hago por su hijo. Hay que recordarle que ni ella es la única víctima, ni es la más víctima y que, probablemente, su dolor no sea mayor al que sienten más de mil familias -padres, madres, hijos, primos, hermanos, suegros, nueras...- que en este país han sufrido la pérdida de un ser querido. Que deje de mirarse a su ombligo y que respete el dolor ajeno, como las «víctimas mediáticas de siempre» respetan el suyo. Las víctimas mediáticas de siempre que nombra Pilar Manjón imagino que son las de ETA. Pues bien, de los casi mil muertos de ETA, los miles de heridos, muchos francamente graves, así como los miles de sus familiares y amigos, los cientos de miles que han perdido casa, coche, negocio o que han sufrido daños materiales en sus bienes de distinta consideración... Y los que sienten como suyo el dolor de todos ellos, que yo sepa, se mantienen callados, sin aparecer en medios públicos, y estoy convencida que con poca intención mediática aparecen unos pocos. Hablo de más de mil familias que, con dignidad y decencia, llevan su dolor en silencio. Hablo de más de mil familias que, con ejemplar conducta, no buscan publicidad en su dolor, sino que callan y sobreviven, como pueden, a él. Hablo de más de mil familias que, sin rencor, con callada resignación, han ido contribuyendo a la convivencia pacífica a pesar de los intentos de ETA en contra. Conocí a Pilar Manjón hace años, cuando era delegada sindical de CC. OO. como personal laboral del Ministerio de Defensa. Sus antecedentes sindicales y su claro posicionamiento político la hacen pensar, erroneamente, que todos tenemos que estar alineados políticamente y que sobre ello han de girar nuestros actos. En aquel entonces, muchos, incluso dentro del seno del sindicato en el que militaba, veíamos de forma manifiesta su afán de protagonismo y cómo utilizaba cualquier fin para destacar. Aunque no dudo que el dolor que la embarga por la pérdida de su hijo sea terrible, seguramente comparable al mío y al de cientos de víctimas, o incluso mayor, la impresión que tengo -y que tiene gran parte de gente de la calle- es que, en su afán de protagonismo, utiliza ese dolor para medrar, para conseguir destacar, para estar ahí, donde ella quiere estar, en los medios de comunicación, siempre en primera línea de la noticia. Somos muchos los que creemos que la víctima mediática es ella y no otras. Somos muchos los que, aún así, creyendo esto, comprendemos su dolor y lo respetamos. Y somos muchos los que pedimos que, si quiere utilizar su dolor para salir en la tele, que haga lo que quiera, pero que no utilice el nuestro con ese fin, que nos respete y que respete nuestro sufrimiento. Lo evidente es que ella misma, con sus actos, se desprestigia y se coloca en mal lugar. Lo malo no es eso, sino que representa a un grupo de personas que no tienen la culpa de que un día un asesino decidiera acabar con ellos de la forma más vil y cruel, el atentado. Supongo que ellos, algún día, le exigirán explicaciones, sino algo más, por sus declaraciones y actos irresponsables. Supongo que ellos, algún día, le pedirán que no medre a costa del dolor ajeno.