NO SEÑOR: existen Galicia y Galitzia. De la primera nada hay que decir, pues es bien conocida por todos los lectores; de la segunda ( Galizien en alemán, Galicja en polaco) cabe recordar que se trata de una antigua provincia del Imperio Austrohúngaro, que tras una tormentosa historia de conflictos fronterizos permanece hoy dividida entre polacos y ucranianos. Es cierto que hay científicos que sostienen una posición que no discutiré: que lo más acorde con la tradición (filológica o histórica) sería denominar Galiza a la región española que agrupa a las provincias de A Coruña, Lugo, Ourense y Pontevedra. Es cierto, también, que existe un partido, el BNG, que, en uso de sus derechos, nunca ha aceptado que este país se llame como se llama de verdad. Y es cierto, en fin, que la Real Academia Gallega ha aceptado como normativo, junto a Galicia, el topónimo Galiza. Pero nada de esto afecta al único dato relevante para de determinar cuál es la denominación oficial de este país: que tal denominación sólo puede ser la establecida en nuestra vigente norma estatutaria, que tanto en su versión castellana como en su versión gallega habla de Galicia. Esa denominación vincula a todos los poderes públicos y, entre ellos, como es obvio, a la Consellería de Cultura. No debe creerlo así, sin embargo, doña Ánxela Bugallo, que, como quien no quiere la cosa, ha encargado, al parecer, a un conocido grupo de creadores que diseñen la camiseta de la futura selección de fútbol de Galicia, en la que deberá figurar, ¡pásmense!, el topónimo Galiza . Dado que hasta la fecha nadie ha desmentido tal encargo, hay que suponer que estamos ante una broma de mal gusto o ante una provocación en toda regla. Como broma, la cosa tiene poca gracia, pues es bien sabido que las personas mayores no deben jugar con las cosas de comer. Y, en política, todo lo que afecta a los consensos básicos de una sociedad son cosas de comer. Pero si la pretensión de utilizar un topónimo que no existe oficialmente para identificar a la selección oficial de este país no fuera una broma, estaríamos entonces ante una provocación intolerable. Intolerable, sí, pues nada hay más difícil de tolerar que el sectarismo por virtud del cual una autoridad pública cree no estar vinculada por las leyes sino por la disciplina del partido que la ha puesto donde está. Si la señora Bugallo considera que Galicia debe denominarse Galiza debe proponer tal cambio al Parlamento gallego y a las Cortes, que son los órganos competentes para modificar el Estatuto. Ése que la conselleira prometió respetar cuando tomó posesión del cargo que hoy ocupa. Así de fácil. Así de claro.