LLEVAN RAZÓN quienes desean que algún día Galicia disponga de un Amenábar que lidere una ficción renovada y ensamblada con su sociedad. Para ello deberemos dar oportunidades al puñado de jóvenes valores que luchan por un hueco en el sacrificado terreno del cortometraje (sea en celuloide o no, que el soporte digital es más rápido y menos costoso), un formato ignorado por las pantallas comerciales por ausencia de una dinámica institucional que los obligue (perdón, estimule) a incluirlos en sus sesiones diarias. Propuestas como el programa Curtas del Consorcio Audiovisual de Galicia, seleccionando desde el 2003 un paquete anual de cuatro/cinco piezas para llevarlas a festivales españoles e internacionales, es una magnífica iniciativa. El mismo consorcio, en convenio con la empresa Yelmo, promocionó no hace mucho la inclusión de varios cortos gallegos en sus salas. Si actuaciones como éstas se generalizaran, si TVG o la propia TVE-G emitieran cortos en prime time (la autonómica dio semanalmente varias docenas, aunque a horas intempestivas), provocaríamos la aparición de nuevos valores o la defunción artística de aventureros que confunden narrar en imágenes con ponerse estupendos¿ Es hora de replantearse a fondo la creación audiovisual en Galicia, sobre todo a la vista de los pírricos (en algún caso, patéticos) resultados en taquilla (o entre la crítica española). Un relevo generacional oxigenaría a un medio de expresión fundamental para transmitir la identidad de un país que se sabe diferente. Es ciertamente una paradoja el hecho de mantener a cuenta del erario público a popes del cine español ahora distanciados del público con estrepitosos fracasos económicos. Realmente desconcierta, aunque el problema es más complejo. Ellos, como el conjunto del cine europeo, español o gallego, se enfrentan al abusivo made in Hollywood que ahoga a la exhibición, reservando las migajas al producto de casa. La vieja excepción cultural que abanderara Jack Lang en los ochenta obliga a los cines nacionales a preservar su identidad como creadores. Que el público se derrita con Torrente 3 no implica que nuestros directores deban fabricar clones del casposo comisario¿ El mérito de Segura está en encarar al enemigo norteamericano, barriendo la bazofia de celuloide que semana tras semana invade nuestras pantallas. Ahora bien, los problemas del cine español, del cine gallego por reducción, son muy serios y requieren, primero, de un entendimiento meridiano entre sector y Administración (sea en Madrid o en Compostela), después de un análisis a fondo de las causas del divorcio entre público y creadores, para finalmente barrer del mapa a golfos, espabilados, cazaprimas y variada fauna, metidos en el negocio para forrarse de millones a cambio de nada, porque la vaca Estado (perdón, Papá Estado o Mamá Xunta) da rica leche y la clave está en acariciar la ubre con mimo¿ Y a los decentes del negocio, en el mismo saco. Y al público, morcilla. Torrente 3 es un asco, pero quien se vea libre de pecado, tire la primera piedra. Amén.