De rositas

| ERNESTO S. POMBO |

OPINIÓN

09 nov 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

HAY QUE ver las sorpresas que nos depara esta vida. Vamos para tres años que estamos buscando armas de destrucción masiva, que ponemos países enteros patas arriba para encontrarlas, y ahora nos enteramos de que quienes tienen las armas son los mismos que las están buscando. Los mismos que han recorrido medio mundo acusando al otro medio de tenerlas. Parece increíble, pero es así. Como si quien buscara al asesino, el teniente Colombo por ejemplo, fuese el propio asesino. La televisión italiana, la pública, la RAI, una de las que controla Berlusconi, nos ha descubierto que el Ejército norteamericano utilizó armamento químico contra la población iraquí de Faluya, hace sólo un año. La RAI, para que entendamos la barbarie de la acción, ha mostrado cadáveres destrozados y restos humanos afectados por el fósforo blanco, prohibido desde 1980 por la Convención de Ginebra. Desde el principio, casi todos tuvimos la sospecha de que alguien poseía armas de destrucción masiva. Lo que algunos teníamos bastante claro, además, es que esas armas no las tenía quien nos decían que las tenía, que era Irak. Por un elemental razonamiento. Si las hubiera tenido, las hubiera utilizado. Pero hete aquí que Bush, Blair y algún profesor asociado y conferenciante de éxito estaban tan abrumados intentando convencernos de que Sadam era el malo que se olvidaron de mirar en su propio desván. Cada hora que pasa se confirman más las creencias de quienes sostuvimos que el asalto a Irak era una de las mayores locuras de la humanidad. Porque cada hora que pasa vamos conociendo nuevos episodios. Por eso, cada hora que pasa nos resulta más difícil entender por qué Milosevic, Karadzic, Sadam y Fujimori han de acabar ante los tribunales dando cuenta de sus tropelías mientras otros, promotores de mayores atrocidades, se pueden ir de rositas.